sábado, 9 de junio de 2012

Monseñor Fellay habla sobre la reconciliación de la Santa Sede y los Lefebvristas


Transcribimos una entrevista dada por Monseñor Bernard Fellay, Superior de la Fraternidad San Pío X, a la Agencia DICI(DICI N º 256, de DICI 08/06/12); en ella aborda el tema de la pronta regularización canónica de la congregación fundada por Monseñor Lefebvre, por la cual la Iglesia se reconciliará con la Tradición a la que fue dejando atrás hace 50 años, se reconocerá que el Concilio Vaticano II no es vinculante, se reivindicará la figura del Arzobispo Lefebvre, misionero y defensor de la Tradición, y se le permitirá al tradicionalismo católico realizar un gran bien en la Iglesia que le permitirá ir superando poco a poco la profunda crisis en la que se ha visto sumida en las últimas décadas. Invitamos a nuestros lectores a redoblar sus oraciones por esta intención, por el bien de la Iglesia y por la salud e intenciones del Romano Pontífice.




DICI: ¿Está usted preocupado por el retraso en la respuesta de Roma, que podría permitir a aquellos que están en contra de un reconocimiento canónico, alejar a los sacerdotes y fieles de la Fraternidad San Pío X?




Monseñor: Todo está en las manos de Dios. Confío en Dios y en su Divina Providencia, que sabe cómo manejar todo, incluso los retrasos, por el bien de los que le aman.
 



DICI: ¿La decisión del Papa fue postergada como algunas revistas lo han dicho? ¿La Santa Sede le hizo saber algo sobre un retraso a esperar?
 



Monseñor: No, yo no tenía conocimiento de ningún calendario. Incluso hay algunos que dicen que el Papa abordará esta cuestión en Castelgandolfo, en julio.
 



DICI: La mayoría de los que se oponen a la aceptación por parte de la Fraternidad de un eventual reconocimiento canónico, hacen resaltar que los debates doctrinales solo habrían podido conducir a esta aceptación [canónica] si hubieran desembocado en una solución doctrinal, es decir, en una “conversión” de Roma. ¿Su posición sobre este punto ha cambiado?




Monseñor: Debemos reconocer que estas reuniones fueron una oportunidad para exponer los diversos problemas que enfrentamos a propósito del Concilio Vaticano II. Lo que ha cambiado es que Roma ya no hace de una plena aceptación del Concilio Vaticano II una condición para la solución canónica. Hoy en día, en Roma, algunos consideran que una comprensión diferente del Concilio no es determinante para el futuro de la Iglesia, porque la Iglesia no es solo el Concilio. De hecho, la Iglesia no se limita solo al Concilio, ella es mucho más grande. Por lo tanto, hay que dedicarse a resolver problemas mayores. Esta toma de conciencia puede ayudarnos a entender lo que realmente está sucediendo: estamos llamados a ayudar a llevar a los demás el tesoro de la Tradición que hemos podido conservar.


Así pues, es la actitud de la Iglesia oficial la que ha cambiado, nosotros no. No somos nosotros los que hemos pedido un acuerdo, es el Papa el que quiere reconocernos. Podemos pues preguntarnos el porqué de este cambio. ¡Todavía no estamos de acuerdo doctrinalmente, y sin embargo el Papa quiere reconocernos! ¿Por qué? La respuesta es ésta: hay problemas tremendamente importantes en la Iglesia de hoy. Debemos hacer frente a estos problemas. Debemos dejar de lado los problemas secundarios y hacer frente a problemas mayores. Esta es la respuesta de tal o cual prelado romano, pero no lo dirán jamás abiertamente; hay que leer entre líneas para entender.


Las autoridades oficiales no quieren reconocer los errores del Concilio. Ellas no lo dirán nunca de manera explícita. Sin embargo, si leemos entre líneas, se puede ver que quieren remediar a algunos de estos errores. He aquí un ejemplo interesante sobre el sacerdocio. Ustedes saben que desde el Concilio ha habido una nueva concepción del sacerdocio que ha demolido la imagen del sacerdote. Hoy vemos claramente que las autoridades romanas tratan de restaurar la verdadera concepción del sacerdote. Ya lo habíamos observado claramente durante el Año Sacerdotal, que tuvo lugar en 2010-2011. Ahora la fiesta del Sagrado Corazón es el día dedicado a la santificación de los sacerdotes. En esta ocasión, una carta fue publicada y un examen de conciencia fue compuesto para los sacerdotes. Uno podría pensar que fueron a buscar este examen de conciencia a Ecône, puesto que está claramente en consonancia con la espiritualidad pre-conciliar. Esta revisión ofrece la imagen tradicional del sacerdote, e incluso su papel en la Iglesia. Es este el papel que Monseñor Lefebvre afirma cuando describe la misión de la Fraternidad: restaurar la Iglesia a través de la restauración del sacerdote.


La carta dice: “La Iglesia y el mundo no pueden ser santificados sino por la santidad del sacerdote.” Realmente se pone al sacerdote en el centro. El examen de conciencia comienza con esta pregunta: “¿Es la principal preocupación del sacerdote la santificación?” Segunda pregunta: “¿El Santo Sacrificio de la Misa – que es la palabra que usan, no la Eucaristía, o la Synaxis o no sé qué otra cosa – es el centro de la vida del sacerdote?” Entonces se recuerdan las finalidades de la Misa: la alabanza a Dios, la oración, la reparación por los pecados … lo dicen todo. El sacerdote debe inmolarse – la palabra “inmolarse” no se usa, sino “darse”, sacrificarse para salvar a las almas. Todo está dicho. Luego viene la evocación de las postrimerías: “¿Piensa el sacerdote a menudo en sus postrimerías? ¿Piensa en pedir la gracia de la perseverancia final? ¿Se lo recuerda a sus fieles? ¿Visita a los moribundos para darles la extremaunción?” Usted ve cómo, de manera hábil, este documento romano recuerda claramente la idea tradicional del sacerdote.


Por supuesto, esto no elimina todos los problemas, y todavía hay graves dificultades en la Iglesia: el ecumenismo, Asís, la libertad religiosa… pero el contexto está cambiando; y no sólo el contexto sino la situación misma… Yo distinguiría entre las relaciones exteriores y la situación interna. Las relaciones con el mundo exterior no han cambiado todavía, pero lo que sucede en la Iglesia, las autoridades romanas están tratando de cambiarlo poco a poco. Obviamente, todavía sigue existiendo un desastre mayor, debemos ser conscientes, y no decimos lo contrario, pero también hay que ver lo que se está haciendo. Este examen de conciencia para los sacerdotes es un ejemplo significativo.


 

DICI: Usted reconoce que dificultades serias persisten con el ecumenismo, la libertad religiosa… Si se diera un reconocimiento canónico ¿cuál sería su actitud frente a estos problemas? ¿No se sentiría obligado a mantener una cierta reserva?




Monseñor: Permítame responder a su pregunta con tres preguntas: ¿Las novedades que se introdujeron durante el Concilio fueron el comienzo de un mayor desarrollo de la Iglesia, de vocaciones y de la práctica religiosa? ¿No constatamos más bien por el contrario una forma de “apostasía silenciosa” en todos los países cristianos? ¿Podemos callarnos frente a estos problemas?


Si queremos hacer fructificar el tesoro de la Tradición para el bien de las almas, debemos hablar y actuar. Necesitamos esta doble libertad de expresión y de acción. Pero yo desconfiaría de una denuncia puramente verbal de los errores doctrinales; denuncia más bien polémica dado que es sólo verbal.


Con el realismo que le caracterizaba, Monseñor Lefebvre reconocía que las autoridades romanas y diocesanas serían más sensibles a las cifras y a los hechos presentados por la Fraternidad San Pío X, que a los argumentos teológicos. Es por eso que yo no dudo en afirmar que si un reconocimiento canónico sucediese, las dificultades doctrinales serían siempre resaltadas por nosotros, pero con la ayuda de una lección dada por los hechos mismos, signos tangibles de la vitalidad de la Tradición. Y por eso, como yo ya lo decía en el 2006, acerca de las etapas de nuestro diálogo con Roma, debemos tener “fe en la Misa tradicional, esta Misa que exige la integridad de la doctrina y de los sacramentos, promesa de toda fecundidad espiritual de las almas.”




DICI: 2012 no es 1988, año de su consagración episcopal. En 2009 se retiraron las excomuniones, en 2007 se reconoció oficialmente que la Misa Tridentina “nunca había sido abrogada,” pero ahora algunos miembros de la Fraternidad deploran que la Iglesia aún no se haya convertido. ¿El rechazo a priori de ellos de un reconocimiento canónico se debe a 40 años de una situación excepcional que resulta de una mala interpretación de la sumisión a la autoridad?




Monseñor: Lo que está pasando en estos días muestra claramente algunos de nuestros puntos débiles frente a los peligros que se han creado por la situación en la que estamos. Uno de los principales peligros es inventar una noción de la Iglesia que parece ideal, pero que no se sitúa de hecho en la verdadera historia de la Iglesia. Algunos argumentan que para trabajar “con seguridad” en la Iglesia, en primer lugar, ésta debe limpiarse de todo error. Esto es lo que se dice cuando se afirma que Roma debe convertirse antes de cualquier acuerdo, o que los errores deben ser primero removidos para que podamos trabajar. Pero esta no es la realidad. Basta con mirar el pasado de la Iglesia; a menudo y casi siempre, vemos que hay errores difundidos en la Iglesia. Ahora bien, los santos reformadores no la abandonaron para luchar contra estos errores. Nuestro Señor nos enseñó que habrá siempre cizaña hasta el final de los tiempos. No sólo la hierba buena, no sólo el trigo.


En tiempos de los arrianos, los obispos trabajaron en medio de los errores para convencer de la verdad a los que estaban equivocados. No dijeron que querían estar fuera, como algunos dicen ahora. Por supuesto, siempre hay que tener cuidado con las expresiones “fuera,” “dentro,” porque somos de la Iglesia, somos católicos. Pero, ¿por este motivo podemos negarnos a convencer a aquellos que están en la Iglesia, bajo el pretexto de que están llenos de errores? ¡Veamos lo que han hecho los santos! Si Dios nos permite estar en una situación nueva, en un combate cuerpo a cuerpo al servicio de la verdad… Esta es la realidad que nos presenta la historia de la Iglesia. El Evangelio compara al cristiano con la levadura, ¿y queremos que la masa crezca, sin que estemos dentro de la masa?


En esta situación, presentada por algunos como una situación imposible, se nos pide ir a trabajar al igual que todos los santos reformadores de todos los tiempos. Por supuesto, esto no elimina el peligro. Pero si tenemos la libertad suficiente de actuar, de vivir y crecer, hay que hacerlo. Realmente creo que esto debe hacerse, siempre y cuando tengamos la suficiente protección.




DICI: ¿Cree usted que hay miembros de la Fraternidad que, conscientemente o no, abrazan teorías sedevacantistas? ¿Tiene miedo de su influencia?




Monseñor: Ciertamente algunos pueden estar influidos por esas ideas, esto no es nuevo. Yo no creo que sean tan numerosos, pero pueden hacer daño, sobre todo mediante la difusión de rumores falsos. Pero realmente creo que la principal preocupación entre nosotros es más bien la cuestión de confianza en las autoridades romanas, temiendo que lo que pueda acontecer sea una trampa. Personalmente, estoy convencido de que no es el caso.


Entre nosotros hay desconfianza de Roma, porque hemos sufrido demasiadas decepciones, por eso creemos que puede tratarse de una trampa. Es cierto que nuestros enemigos pueden pensar en utilizar este ofrecimiento como una trampa, pero el Papa que realmente quiere este reconocimiento canónico, no lo ofrece como una trampa.




DICI: Varias veces Ud. ha repetido que el Papa quiere personalmente el reconocimiento canónico de la Fraternidad. ¿Tiene la confirmación personal y reciente del mismo Papa de que es realmente su voluntad?




Monseñor: Sí, es el Papa quien lo quiere, y yo lo he dicho varias veces. Tengo detalles suficientes en mi poder  para afirmar que lo que digo es cierto, aunque no he tenido trato directo con el Papa, sino con sus más cercanos colaboradores.


 

DICI: La carta del 14 de abril, firmada por los otros tres obispos de la Fraternidad, por desgracia ha sido publicada en Internet, ¿el análisis que ella presenta corresponde a la situación de la Iglesia?




Monseñor: Sobre sus posiciones, no excluyo la posibilidad de una evolución. La primera pregunta para nosotros, que hemos sido consagrados por Mons. Lefebvre, fue la de la supervivencia de la Tradición. Creo que si mis colegas ven y comprenden que en derecho y en los hechos hay en la propuesta romana una verdadera oportunidad para la Fraternidad de “restaurar todas las cosas en Cristo,” a pesar de todos los problemas que permanecen en la Iglesia hoy, entonces podrán reajustar su juicio – es decir, con el estatuto canónico en mano y los hechos ante sus ojos. Sí, yo creo, lo espero. Y debemos orar por esta intención.




DICI: Algunos en todo el mundo, incluyendo miembros de la Fraternidad, han utilizado pasajes de una entrevista que Ud. dio a Catholic News Service; estos pasajes sugieren que a sus ojos Dignitatis humanae ya no presenta dificultades. ¿Es la manera como esta entrevista se hizo lo que alteró el significado de lo que Ud. quiso expresar? ¿Cuál es su posición sobre esta cuestión en comparación con lo que Mons. Lefebvre enseñaba?
 



Monseñor: Mi posición es la de la Fraternidad y la de Mons. Lefebvre. Como de costumbre, en un asunto muy delicado; hay que hacer distinciones, y algunas de estas distinciones desaparecieron en la entrevista de televisión que se redujo a menos de 6 minutos. Pero el relato escrito que CNS hizo de mis comentarios, restablece lo que dije y que no se ha conservado en la versión difundida: “A pesar de que Mons. Fellay se niega a asumir la interpretación (de la libertad religiosa) por Benedicto XVI como si estuviera en continuidad con la Tradición de la Iglesia, – una posición que muchos en la Iglesia han discutido muy fuertemente -, Mons. Fellay habló de la idea en términos sorprendentemente simpáticos.” En realidad, yo solamente recordé que ya existe una solución tradicional al problema de la libertad religiosa y que se llama la tolerancia. Sobre el Concilio, cuando se me hizo la pregunta: “¿Pertenece el Vaticano II a la Tradición?” Le dije: “Quisiera esperar que así fuera” (lo que una traducción al francés defectuosa se ha convertido en: “Espero que sí”). Esto está en la línea de las distinciones hechas por Mons. Lefebvre de leer el Concilio a la luz de la Tradición: lo que está de acuerdo con la Tradición, lo aceptamos; lo que es dudoso, lo entendemos como la Tradición siempre lo ha enseñado; lo que es lo contrario, lo rechazamos.


 

DICI: Una prelatura personal es la estructura canónica que Usted ha indicado en declaraciones recientes. Ahora bien, en el Código, el canon N º 297 requiere no sólo informar sino también obtener el permiso de los obispos diocesanos para fundar una obra en su territorio. Si bien es claro que cualquier reconocimiento canónico preservará nuestro apostolado en su estado actual, ¿está Ud. dispuesto a aceptar que las obras futuras no sean posibles sino con el permiso del obispo en las diócesis donde la Fraternidad San Pío X no está actualmente presente?


 

Monseñor: Hay mucha confusión sobre este tema, y ??es causada principalmente por una mala interpretación de la naturaleza de la prelatura personal, así como por un desconocimiento de la relación normal entre el Ordinario del lugar y la Prelatura. A esto se añade el hecho de que la única referencia disponible en la actualidad sobre una prelatura personal es el Opus Dei. Sin embargo, seamos claros, si una prelatura personal nos fuese dada, nuestra situación no sería la misma. Para entender mejor lo que sucedería, creo que nuestra situación sería mucho más similar a la de un Ordinariato Militar, porque tendríamos una jurisdicción ordinaria sobre los fieles. Seríamos como una especie de diócesis cuya jurisdicción se extiende a todos sus fieles, independientemente de su situación territorial.


Todas las capillas, iglesias, prioratos, escuelas y obras de la Fraternidad y de las Congregaciones religiosas amigas serían reconocidos con una verdadera autonomía para ejercer su ministerio.


Sigue siendo cierto – como lo es el derecho de la Iglesia – que para abrir una nueva capilla o fundar una nueva obra, sería necesario contar con el permiso del Ordinario del lugar. Por supuesto, hemos mostrado a Roma como nuestra situación actual es difícil en las diócesis, y Roma sigue trabajando en ello. Aquí o allá, esta dificultad será real, pero ¿desde cuándo la vida es sin dificultades? Lo más probable es que también tengamos el problema opuesto, es decir, que no vamos a ser capaces de responder a las peticiones que vendrán de obispos amigos. Pienso en un algún obispo que podría pedirnos que nos encarguemos de la formación de los futuros sacerdotes de su diócesis.


De ninguna manera nuestras relaciones serían las de una congregación religiosa con un obispo, sino más bien las de un obispo con otro obispo, así como ocurre con los Ucranianos o los Armenios de la diáspora. Y si entonces un problema no se ha podido resolver, éste iría a Roma, y ??habría entonces una intervención romana para resolver el problema.


Sea dicho de paso, lo que se ha informado a través de Internet con respecto a mis comentarios sobre este tema, en Austria, el mes pasado, es completamente falso.


 

DICI: Si hay reconocimiento canónico, ¿qué va a pasar con las capillas amigas de la Fraternidad e independientes de la diócesis? ¿Los obispos de la Fraternidad continuarán a administrar la confirmación, a proporcionar los Santos Oleos?




Monseñor: Si trabajan con nosotros, no habrá problema: será igual que ahora. Si no, todo dependerá de lo que estas capillas entienden por independencia.


 

DICI: ¿Va a haber una diferencia en sus relaciones con las comunidades Ecclesia Dei?




Monseñor: La primera diferencia es que ellos se verán obligados a dejar de tratarnos de cismáticos. Sobre un desarrollo futuro, es claro que algunos se acercarán a nosotros, puesto que ya nos aprueban discretamente; otros no. El tiempo nos dirá cómo se desarrollará la Tradición en esta nueva situación. Tenemos grandes expectativas para el apostolado tradicional, así como algunas personas importantes en Roma y el mismo Papa. Tenemos grandes esperanzas de que la Tradición se desarrolle con nuestra llegada.




DICI: Siempre si hay reconocimiento canónico ¿le dará la oportunidad a los cardenales de la Curia, o a los obispos, de visitar nuestras capillas, celebrar la Misa, administrar las confirmaciones, tal vez incluso de conferir las ordenaciones en los seminarios?




Monseñor: Los obispos favorables a la Tradición, los cardenales conservadores van a acercarse. Hay todo un desarrollo a prever, sin conocer los detalles específicos. Y sin duda también habrá dificultades, que es bastante normal. No hay duda de que van a venir a visitarnos, pero para trabajar de forma más precisa, como la celebración de la Misa o la ordenación, esto dependerá de las circunstancias. Así como queremos que la Tradición crezca, esperamos que la Tradición se desarrolle entre los obispos y cardenales. Un día todo será armoniosamente tradicional, pero ¿cuánto tiempo se necesitará? Sólo Dios lo sabe.




DICI: En espera de la decisión de Roma, ¿cuáles son sus disposiciones internas? ¿Cuáles le gustaría que fueran para los sacerdotes y fieles apegados a la Tradición?


 

Monseñor: Cuando en 1988, Mons. Lefebvre anunció que iba a consagrar a cuatro obispos, algunos lo animaron a hacerlo y otros trataron de disuadirlo. Sin embargo, nuestro fundador mantuvo la paz, porque él no tenía en vista sino la voluntad de Dios y el bien de la Iglesia. Hoy en día, debemos tener las mismas disposiciones interiores. Como su santo Patrono, la Fraternidad San Pío X tiene la voluntad de “restaurar todas las cosas en Cristo,” algunos dicen que no es el tiempo, otros por el contrario, que es el momento adecuado. Por mi parte yo solo sé una cosa: siempre es el momento para hacer la voluntad de Dios y sabemos que El nos la hace conocer en el momento oportuno, siempre y cuando nos mostremos receptivos a sus inspiraciones. Por esto, he pedido a los sacerdotes renovar la consagración de la Fraternidad San Pío X al Sagrado Corazón de Jesús, en su fiesta, el 15 de junio próximo, y prepararse a ello con una novena, durante la cual se recitarán las Letanías del Sagrado Corazón en todas nuestras casas. Todos pueden unirse pidiendo la gracia de convertirse en instrumentos dóciles de la restauración de todas las cosas en Cristo.

lunes, 4 de junio de 2012

Las Flores Hablan

Reproducimos una hermosa meditación sobre la libertad humana, su destino eterno y el testimonio de Dios para esa elección. Esta meditación está tomada del Comentario Eleison 255, de Monseñor Williamson, de acuerdo a la licencia explícita que aparece en la entrega del mismo. La reproducción es literal. Esta publicación es un reconocimiento de la belleza de la meditación hecha, pero no expresa en modo alguno algún tipo de apoyo a todas y cada una de las opiniones y expresiones de monseñor Williamson.

LAS FLORES HABLAN

Dios es Ser infinito, Verdad infinita, Bondad infinita, infinitamente justo e infinitamente misericordioso. Así enseña su Iglesia y la idea es grandiosa y hermosa, así no tengo objeción. Pero entonces aprendo que su Iglesia también enseña que por un pecado mortal solo, el alma puede ser condenada para toda la eternidad a rigurosos y crueles sufrimientos mas allá de toda imaginación, y eso no es tan agradable. Comienzo a objetar.

Por ejemplo, nunca fui consultado antes que mis padres decidieran traerme a la existencia ni fui consultado sobre los términos del contrato, por así decirlo, de mi existencia. Si hubiera sido consultado, bien hubiera podido objetar tan extrema alternativa entre inimaginable gloria e inimaginable tormento tal como lo enseña la Iglesia, ambos sin fin. Habría podido aceptar un “contrato” más moderado por el cual a cambio de un Cielo acortado hubiera enfrentado el riesgo de solamente un abreviado Infierno, pero no fui consultado.

Una perpetuidad de ambos me parece estar fuera de toda proporción con respecto a esta breve vida mía en la tierra: 10, 20, 50, aún 90 años, hoy están aquí, mañana idos. Toda carne es como hierba verde –“que a la mañana está en flor y crece, y a la tarde es cortada y se seca” (Sal.LXXXIX,6). Si sigo esta línea de pensam iento,Dios me parece tan injusto que seriamente me pregunto si en verdad existe. El problema nos obliga a reflexionar. Supongamos que Dios en verdad sí existe, que El es tan justo como su Iglesia dice que El lo es, que es injusto imponer sobre cualquiera una pesada carga sin el consentimiento de esa persona, que esta vida es breve, una mera bocanada de humo comparada con lo que la eternidad debe ser, que nadie puede en justicia ser punible de un terrible castigo si él no estaba consciente de estar cometiendo un terrible crimen.

Entonces, ¿cómo puede ser justo el supuesto Dios?

 Si El es justo, entonces lógicamente cada alma que alcanza la edad de razonar debe vivir lo suficiente al menos como para conocer la elección para la eternidad que ella está haciendo, y la importancia de tal elección. Sin embargo ¿cómo es eso posible, por ejemplo en el mundo de hoy, donde Dios está tan universalmente abandonado y desconocido en la vida de los individuos, las familias y los Estados? La respuesta sólo puede ser que Dios viene antes que individuos, familias y Estados, y que El “habla” dentro de cada alma previamente a todos los seres humanos e independientemente de ellos, de manera que aún un alma cuya educación religiosa ha sido nula y sin valor, está consciente que está haciendo una elección cada día de su vida, que ella sola está haciendo esa elección para sí misma y que esa elección tiene consecuencias enormes.

Pero nuevamente ¿cómo es eso posible dada la impiedad de un mundo que nos rodea por todos lados, tal como es el nuestro de hoy día? Porque el “habla” de Dios a las almas es mucho más profundo, mas constante, mas presente y más atrayente de lo que puede ser el habla de cualquier ser o seres humanos. El solo creó nuestra alma. El continuará creándola durante cada momento de su existencia sin fin. Por consiguiente El está a cada momento más cercano a ella de lo que puedan estar incluso sus padres que simplemente compusieron su cuerpo – a partir de elementos materiales mantenidos en existencia por Dios solo. Y la bondad de Dios está igualmente detrás y dentro y debajo de cada buena cosa que el alma disfrutará alguna vez en esta vida, y el alma está profundamente consciente que todas estas buenas cosas son meros derivados de la infinita bondad de Dios. “Calla”, le dijo San Ignacio de Loyola a una diminuta flor, “Sé de quién estás hablando”. La sonrisa de un pequeño niño, el diario esplendor de la naturaleza durante todos los tiempos del día, la música, las nubes que presentan siempre una obra maestra de pintura, y otras creaturas sin fin – aún amadas con un profundo amor, estas cosas le dicen al alma que hay algo mucho más o – Alguien. “En Ti, Yahvé, me refugio; no quede yo nunca confundido” (Sal.XXX,2)

Kyrie eleison.

Monseñor R. Williamson.

martes, 27 de septiembre de 2011

El Comienzo del Fin del Superdogma (o: ¡Vieron que SÍ se podía discutir el tema!)

El Concilio Vaticano II fue provocando cambios tremendos en la Iglesia, no sólo en la liturgia y la disciplina, sino también en la doctrina. Estos cambios , innegables, fueron propuestos como magisterio pastoral, pues el Concilio mismo de autodenominó pastoral, por lo que no pretendió definir dogmas si no proponer vías prácticas de ejercicio pastoral, así intentó modificar la doctrina tradicional y la liturgia y vida eclesial de siempre con una cara amable de acercamiento a la gente.  Los resultados son innegables: iglesias vacías y la peor crisis en la historia de la Iglesia. Curiosamente, pese al carácter no dogmático del Concilio (por tanto no vinculante) la mayoría del clero y religiosos se abanderizó con él y lo impuso como Superdogma, innegable, imponible a todos con todo el peso de la autoridad, que derriba a todas las verdades anteriores y que impone unas verdades nuevas; así, lo que sólo iba a ser opinable, terminó siendo verdad absoluta innegable, lo que no es dogma terminó siendo Superdogma y quien lo negaba era sacado a un lado (de hecho ni siquiera es necesario negarlo para ser apartado de la nueva Iglesia, basta con afirmarlo como opinable).

Pero los tiempos van cambiando los tiempos. El Papa Benedicto XVI tras dejar sin efecto las excomuniones a los obispos ordenados por Monseñor Lefebvre (muerto dos años después de ser excomulgado por ordenar un sucesor en una obra apostólica que se oponía a las innovaciones del Concilio y postconcilio), creó una instancia de diálogo teológica con la FSSPX (los lefebvristas) para analizar los puntos de diferencia doctrinal sobre el Concilio y Magisterio posterior. Ese fue el primer gran paso para lo que vendría después. En realidad hay varios pasos anteriores: permitir la celebración de la Misa en el modo tradicional, el mismo levantamiento de las excomuniones y un discurso del Papa en diciembre de 2005 que denunciaba como equivocada la hermenéutica de ruptura respecto del concilio (es decir, que impone una nueva Iglesia y suprime lo antiguo) y proponía una hermenéutica de continuidad (interpretar el Concilio desde lo enseñado en el Magisterio anterior). Sobre la Hermenéutica de Ruptura nos referiremos más adelante, ahora vamos a lo que vino más adelante, es decir, hace pocos días y que constituyó un paso gigantesco.

Al finalizar las las conversaciones doctrinales entre la FSSPX y la Santa Sede (con peritos teólogos de ambas partes) se convocó una reunión entre los superiores de la Fraternidad y altas autoridades del Vaticano a nombre del Papa. Esa reunión fue para proponer a la Fraternidad un acuerdo canónico que regulariza su status canónico, previo la firma de un preámbulo doctrinal (espero a que toda esa historia termine bien, pero será un camino lento y difícil, ya les hablé de la abanderización con el Concilio de buena parte del clero...). Ese Preámbulo no significaría el acatamiento del magisterio conciliar y postconciliar, si no la firma de "algunos principios doctrinales y criterios de interpretación de la doctrina católica, necesarios para garantizar la fidelidad al Magisterio de la Iglesia y el sentir con la Iglesia" y sobre lo otro de declarar que queda abierto "a una discusión legítima, el estudio y la explicación teológica de expresiones o formulaciones particulares presentes en los documentos del Concilio Vaticano II y del Magisterio sucesivo"

Por primera vez se afirma en un documento de la Santa Sede, lo que siempre se supo: que el Concilio es, a lo menos, un tema abierto y que debe ser discutido. A quienes lo afirmamos antes se nos denostó y ahora que se va demostrando lo que siempre debió saberse, esperamos un profundo cambio de actitud en los obispos y sacerdotes y que la doctrina católica tradicional esté donde debe estar: en los seminarios, en las academias, en las facultades, es decir en la enseñanza o, al menos dada la situación de crisis actual, en la discusión, esperando a que cada vez más oídos la escuchen.

La Tradición católica estaba excomulgada mucho antes de la excomunión de Monseñor Lefebvre, lo estaba desde el Concilio (e incluso hubo síntomas antes), pero hoy se va levantando poco a poco esa excomunión, y la Tradición vuelve al podio de discusión (debiera ser más que eso, pero dadas las circunstancias nos conformamos con eso por ahora), pasarán algunos años antes de que las desconfianzas e injurías del mundo modernista (del progresismo y hasta de los conservadores) vayan cesando y pasarán tal vez muchos más años aún antes de ir superando la crisis (si es la voluntad de Dios que así ocurra). Debiera ser triste pensar que la verdad y el error estarán en discusión (pues se pone a la verdad y al error al mismo nivel) pero después de cincuenta años en que los errores fueron Superdogma y la verdad causa de excomunión, ya es bastante bueno por ahora.

La actitud del Papa Benedicto XVI, más allá de sus posturas personales sobre el Vaticano II y los puntos en discusión, es muy meritoria y ejemplar, pues ha ido poniendo las cosas en su lugar y ha dado pasos muy significativos para dar justicia e integrar a quienes han sido injustamente perseguidos en las últimas décadas. Ojalá más obispos continuaran esta senda (lo ocurrido con la Misa Tradicional es una buena señal, pues aunque la respuesta de los obispos fue floja, sí existió y muchos sacerdotes y fieles reacionaron aún más).

El Papa llamó a no seguir la hermenéutica de la Ruptura si no de Continuidad. La interpretación rupturista habla de que la Iglesia partió de nuevo con el Concilio, todo cambió, sólo vale lo nuevo y todo lo anterior está obsoleto. El continuismo está referido a no dejar atrás la Tradición si no que integrarla al nuevo orden, al nuevo magisterio, interpretando al Concilio y al magisterio posterior a la luz del Magisterio anterior. Eso es cierto, pero los rupturistas tienen una parte de razón: hubo cambio, no se puede establecer un continuismo total.

La mayor parte del Concilio es texto vago que no dice mucho (sin errores ni verdades, si no palabras piadosas y bien narradas), por lo que es perfectamente aceptable e interpretable desde la Tradición, pero hay dos cosas donde hay que detenerse: el espíritu de cambio (que termina siendo la inspiración para teologías heterodoxas posteriores y abusos litúrgicos y disciplinares) y algunas afirmaciones que aunque cuantitativamente son pocas (ni el 5% del texto total) son muy significativas por el contenido doctrinal que conllevan y por la clara intención teológica y pastoral que las mueve, siendo de hecho las líneas que fueron las directrices de la praxis pastoral posterior: así Nostra Aetate contiene afirmaciones tales como que con otras religiones adoramos a un mismo dios y eso es lo que, sumado a prácticas como los Encuentros de Asis, termina haciendo pensar a la gente que todas las religiones dan lo mismo, por lo que no hay para que creer en Cristo o estar en la Iglesia católica para salvarse (negación del dogma de la necesidad del bautismo para la salvación o del dogma de que fuera de la Iglesia no hay salvación) Y así se pueden encontrar otras pequeños (pero importantes) ejemplos sobre libertad religiosa, diálogo interreligioso, ecumenismo, liturgia, Primado en la Iglesia, etcétera. Al reconocer ahora que estos temas son, al menos, discutibles, da píe a confrontar el magisterio conciliar con el anterior y hacer que la verdad se vaya imponiendo poco a poco, en lugar de darse por superada como se hacia hasta ahora.



Nota del Editor: Este texto fue editado, para excluir algunas partes que hacían referencia a situaciones personales, para tratar el tema con objetividad.  Es mi intención que en lo suscesivo estas páginas no incluyan situaciones personales ni que pudiesen comprometer a nadie.

jueves, 16 de junio de 2011

¿Existe el Lefebvrismo?

Alberto G. del Castillo

Breve artículo sobre el lefebvrismo, su carga doctrinal y su espíritu de obediencia a la Iglesia. El artículo a continuación está compuesto por Alberto G. del Castillo y fue publicado originalmente en el sitio Panorama Católico Internacional (http://panoramacatolico.info), quienes nos han autorizado a publicarlo en este lugar. Agradecemos a don Alberto G. del Castillo, el autor, y a don Marcelo González, editor de Panorama, no sólo la generosidad que han demostrado con este permiso, si no que además celebramos su claridad y brillantez, junto al incomparable servicio que Panorama Católico Internacional entrega a la fe católica tradicional; Dios les bendiga siempre.

A un católico puede calificárselo de ESCOTISTA si adhiere al pensamiento filosófico de Duns Escoto; o de SUAREZIANO si en metafísica coincide con Suárez, o de TOMISTA si es seguidor de Santo Tomás.

Veamos ahora, si alguien puede ser catalogado de LEFEBVRISTA. En principio, pareciera que sí. Todos por ejemplo sabemos que Monseñor se opuso a la enseñanza del Vaticano II sobre la LIBERTAD RELIGIOSA.

Transcribamos un texto que vendría a confirmarlo: “La LIBERTAD DE CULTOS, es muy perjudicial para la verdadera libertad. El derecho es una facultad moral que no podemos suponer CONCEDIDA DE IGUAL MODO A LA VERDAD Y AL ERROR. Existe el derecho de propagar TODO LO VERDADERO. Pero las OPINIONES FALSAS, Máxima DOLENCIA MORTAL del entendimiento, DEBEN SER REPRIMIDAS POR EL PODER PUBLICO, para IMPEDIR SU PROPAGACIÓN”.

Pero sucede que a quien defiende esta posición, en rigor débeselo tachar de PECCINIANO, porque el texto que Uds. han leído no es de Mons. Lefebvre, sino de la Encíclica “LIBERTAS” del Papa León XIII (Joaquín Vicente PECCI). De modo que Mons. en este tema es un simple REPETIDOR del Sumo Pontífice, de cuyas enseñanzas nunca quiso apartarse, lo que lo convierte en modelo de OBEDIENCIA a la Sede Apostólica.
También podríamos ser calificados de CAPELLERIANOS, porque es el Papa GREGORIO XVI (Mauro A. CAPELLARI) quien se expresa del siguiente modo en su encíclica “MIRARI VOS” del 15/VII/832: “De esta corruptísima fuente del indiferentismo brota aquella ABSURDA Y ERRONEA sentencia, o más bien DELIRIO, de que se puede vindicar y afirmar para cada uno la absoluta LIBERTAD DE CONCIENCIA. Pero que muerte hay para el alma PEOR QUE LA LIBERTAD DEL ERROR, decía ya San Agustín. Ciertamente quitado todo freno que retiene a los hombres en la senda de la verdad… con verdad decimos que está abierto el pozo del abismo, del cual vió San Juan el humo que oscureció el sol y salir las langostas que invadieron la tierra. Nos horrorizamos al contemplar con que monstruos de errores nos vemos sepultados.”

Como se podrá apreciar, Mons. Lefebvre y nosotros con él – reiterémoslo – no somos más que UNOS REPETIDORES DE LAS ENSEÑANZAS de este gran Pontífice.

Digamos ahora algo a propósito del ECUMENISMO. Los católicos que no comulgamos con el actual ECUMENISMO CONCILIAR, ¿seremos por eso LEFEBVRISTAS?

Leamos con atención esta contundente declaración doctrinal: “La fraternidad en religión: congresos ecuménicos; con tal fin algunos suelen organizar congresos… invitar a discutir allí PROMISCUAMENTE A TODOS, a INFIELES DE TODO GENERO y hasta a aquello que APOSTATARON miserablemente de Cristo. Tales tentativas están fundadas en LA FALSA OPINION de los que piensan que TODAS LAS RELIGIONES son buenas y laudables. Cuantos sustentan esta opinión YERRAN Y SE ENGAÑAN, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios. Pero donde se engañan más fácilmente algunos, es cuando se trata de fomentar la UNION DE TODOS LOS CRISTIANOS. Sería necesario – dicen - que SUPRIMIENDO Y DEJANDO A UN LADO LAS CONTROVERSIAS que han dividido hasta hoy a la familia cristiana, se formule con las doctrinas restantes una norma común de fé, con cuya profesión puedan sentirse TODOS COMO HERMANOS. Podrá parecer que dichos “pancristianos” persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos. Pero ¿cómo es posible que la CARIDA REDUNDE EN DAÑO DE LA FE? El verdadero ecumenismo no se puede fomentar de otro modo, que procurando EL RETORNO DE LOS DISIDENTES A LA VERDADERA Iglesia de Cristo.

Esta doctrina ciertamente, la sostuvo firmemente Monseñor Lefebvre, pero esto no convierte a los que opinamos de igual modo, en supuestos lefebvristas. En todo caso y más exactamente seríamos y a mucha honra RATTINIANOS, ya que el texto es de la Encíclica “MORTALIUM ANIMOS” de Pío XI (Aquiles RATTI).

Lo que demuestra una vez más que Monseñor Lefebvre y nosotros con él, somos en este caso MEROS REPETIDORES de la doctrina expuesta por Pío XI, a quien en conciencia NO PODEMOS NI QUEREMOS DESOBEDECER. Grave pecado cometeríamos, si como hace la jerarquía conciliar, osáramos hacerlo.

A continuación en este ítem nos referiremos al controvertido asunto de la SANTA MISA.
¿Serán lefebvristas los sacerdotes y fieles que solo ofician y/o participan del multisecular Rito de la Iglesia Romana? Aquí cabe desayunarse de que sobre la liturgia de la Misa, hace ya rato que ROMA ha hablado por boca de San Pío V, razón por la que sin que nos disguste – todo lo contrario – bien podemos ser tildados de GHISLERIANOS, por ser OBEDIENTES A LA INFALIBLE ENSEÑANZA impartida en su dogmática Bula “QUO PRIMUM TEMPORE”. En la misma y en total conformidad con lo decidido en el DOGMATICO CONCILIO DE TRENTO, afirma lo siguiente: “Nos hemos ordenado – aludiendo al Misal – que fuese publicado a fin de que los sacerdotes sepan cuales son los ritos y ceremonias que deben bajo obligación CONSERVAR EN ADELANTE en la celebración de las misas…” Y para que en adelante y para el TIEMPO FUTURO PERPETUAMENTE … no se reciten otras fórmulas que las conformes al Misal que nos hemos publicado… determinamos - además - que a esta Misal nada se le añada, quite o cambie, y en esta forma nos lo decretamos y lo ordenamos A PERPETUIDAD. Y en nombre de Nuestra autoridad Apostólica, Nos concedemos que este Misal podrá ser seguido en todas la Iglesias SIN NINGÚN ESCRUPULO DE CONCIENCIA y sin incurrir en castigo, condenación o censura (¿Lo habrá visto en pantalla a Pablo VI?) y que podrá VALIDAMENTE USARSE LIBRE Y LICITAMENTE y esto A PERPETUIDAD (Etiam perpetuo).

“De manera análoga, nos hemos decidido – que Superiores, canónigos, capellanes o religiosos de una orden cualquiera NO PUEDEN SER OBLIGADOS a celebrar la Misa DE OTRA MANERA DIFERENTE a como Nos la hemos fijado, y que jamás NADIE, QUIEN QUIERA QUE SEA (como hace la actual jerarquía conciliar) podrá forzarlos a cambiar de Misal o anular la presente Instrucción o modificarla sino que ella ESTARÁ SIEMPRE en vigor y válida con toda su fuerza…”

Y así termina esta solemne Bula Dogmática: “que absolutamente NADIE, pueda anular esta página que expresa Nuestro permiso, Nuestra decisión, Nuestra orden, Nuestro mandamiento, ni OSE TEMERARIAMENTE ir en contra de estas disposiciones.
Sin embargo, alguien – como los Papas Conciliares – se permite una tal alteración, sepa que incurre en la INDIGNACION DE DIOS TODOPODEROSO y sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo. Dado en Roma, en San Pedro el año 1570 quinto de Nuestro Pontificado.”

Para finalizar no queremos dejar de analizar el tema de la OBEDIENCIA AL PAPA. En este punto, parecería imposible negar que somos Lefebvristas, pero aquí se impone estudiar una cuestión previa; la de que según el caso la desobediencia puede ser vituperable – pecaminosa – o laudable. Antes de juzgar precipitadamente, veamos lo que opinan los Santos y Doctores sobre este particular.

1. SAN NORBERTO de Magdeburgo, canonizado en 1582, no trepida en decirle al Papa Inocencio II que estaba dispuesto a ceder ante una intolerable pretensión del Emperador LOTARIO (elegido en 1126): “He prometido por Cristo la OBEDIENCIA A Pedro y a VOS, pero si dáis derecho a esta petición, yo os HAGO OPOSICIÓN a la faz de la tierra”
2. SAN BRUNO al Papa Pascual II (1099 a 1118) que había cedido al Emperador ENRIQUE V en la cuestión de las Investiduras le puntualiza: “Yo os estimo como mi Padre y Señor; debo amaros, PERO MAS DEBO AMAR A AQUEL que os creó a Vos y a mí. YO NO ALABO el pacto – firmado por el Papa – tan horrendo, tan contrario a toda piedad y religión”.
3. FRANCISCO DE VITORIA: célebre teólogo dominicano del s. XVI enseña que “Si el Papa con sus órdenes y con sus actos (como por ej. Paulo VI al protestantizar la Misa) destruye a la Iglesia, SE LE PUEDE RESISTIR E IMPEDIR la ejecución de sus mandatos”.
4. SANTO TOMAS DE AQUINO, el más grande doctor de la iglesia declara: “habiendo peligro para la FE – como ahora con los Papa y jerarquía conciliar – los prelados DEBEN SER ARGUIDOS, INCLUSIVE PÚBLICAMENTE, por los súbditos – como hizo en su tiempo el excomulgado SAN ATANASIO -. Así SAN PABLO que era súbdito de San Pedro, le ARGULLÓ PÚBLICAMENTE por el inmenso escándalo en materia de FE”. Suma Teológica, Q. 33.
5. SAN ROBERTO BELARMINO, doctor de la Iglesia: “ES LÍCITO RESISTIR al Pontífice que agrede las alamas (enseñando errores como los Papas actuales). ES LICITO RESISTIRLE, NO HACIENDO LO QUE MANDA e IMPEDIR LA EJECUCIÓN de su voluntad.
“La proposición de que la OBEDIENCIA al Papa, NO SE EXTIENDE a los actos donde SERÍA PECADO OBEDECERLE, está expresamente en la Sagrada Escritura.” Clarito ¿no?
Y para terminar así pues nuestra obediencia a los Papas Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI NO PUEDE extenderse a los actos “DONDE SERÍA PECADO OBEDECERLES”, como el de adherir el ERROR de la libertad religiosa; AL ERROR del ecumenismo; o al de canonizar la Misa ecuménico-protestante de Bugnini, etc, etc.

¿Qué duda cabe que son ejemplos estos en los que OBLIGATORIA Y LAUDABLE es la DESOBEDIENCIA? Creemos que ninguna, salvo para los voluntariamente irreductibles, que oyendo NO QUIEREN oír o leyendo NO QUIEREN leer.



Texto original en http://panoramacatolico.info/articulo/existe-el-lefebvrismo

jueves, 14 de abril de 2011

Antropología en San Pablo

Sic et scriptum est: “Factus est primus homo Adam in animam viventem”; novissimus Adam in Spiritum vivificantem1Cor 15,45

Breve tratado sobre la doctrina antropológica de san Pablo, presente en su colección epistolar

I. Introducción: Antropología en San Pablo.
“Ecce homo,” “He aquí al hombre” (Jn 19,5) con estas palabras presentaba Poncio Pilatos a Jesús. Cristo es el Hijo de Dios que se hizo Hijo del hombre, para restituir en él la imagen de Dios dañada por el pecado. Cristo revela lo que es el hombre al hombre mismo, san Pablo tiene clara esta verdad, por eso, al conocer las profundidades del Corazón de Cristo, es también conocedor del misterio del hombre. En sus cartas se deje entrever la riqueza de su doctrina y en ella aquella visión sobre quién es el hombre. El siguiente trabajo tiene por fin determinar cuál es la visión antropológica en las cartas canónicas de san Pablo, presentando no sólo la visión que tiene sobre los estados propios de la naturaleza humana (en función del pecado original y la Redención), sino que también sobre su constitución esencial metafísica (ser y esencia) y su finalidad propia (vida moral).
En su mayoría, la exegética moderna, ha intentado explicar las Escrituras desde una visión que abandona la enseñanza e interpretación tradicional y que deja de lado la doctrina de los Santos Padres y de santo Tomás de Aquino, adoptando visiones que intentan acoger los últimos progresos arqueológicos, pero que resultan ser insatisfactorias teológicamente y se acercan en mucho a explicaciones provenientes del protestantismo. La herejía modernista intenta ver en la Escritura, y principalmente en san Pablo, el fundamento de una visión antropológica puramente subjetiva (centrando el constitutivo metafísico de la persona en la autoconciencia o en la apertura a la trascendencia), y que deja de lado el actus essendi (acto de ser) como fundamento de la persona. Otros, también buscan fundamentar con san Pablo, una moral laxa, amparándose en su exposición entre el antagonismo ley-gracia y entre carne-espíritu, poniendo a la moral paulina como liberadora de la moral legalista tradicional. Tales interpretaciones deforman la doctrina paulina, hasta el punto de ir en contra de su pensamiento. Los Padres de Oriente y Occidente, así como el Magisterio, desde siempre han mostrado a san Pablo como un maestro de la verdad católica y doctor de la fe. No podríamos en un breve estudio desenmascarar cada uno de los errores de la exégesis moderna en torno a san Pablo, pero intentaremos en este estudio abordar la doctrina del Apóstol de las Gentes en su visión antropológica, para que pueda servir de apoyo seguro para la lectura espiritual e interpretación de los textos paulinos sobre la persona y que sirva como punto de partida para estudios futuros sobre el santo apóstol, más completos que lo que permiten estas breves páginas.
El tratado que se pretende presenta un problema inicial: ¿existen textos en que san Pablo establezca una doctrina antropológica explícita e intencionadamente tal? La respuesta es no. San Pablo no pretende hacer tratados de antropología, moral o metafísica, ni siquiera de teología moral o dogmática; el apóstol de las gentes es ante todo eso: un apóstol (Rm 1,1), un enviado por Jesucristo, para predicar el evangelio de Jesucristo; la finalidad de sus cartas es siempre pastoral, ya sea enseñe, amoneste, exhorte, forme, formule una opinión, etcétera, siempre busca formar en aquella comunidad el Cuerpo de Cristo (cfr 1Cor 12,13). Por tanto la sana doctrina (1Tm 1,10) que predica el apóstol es la vida en Cristo que pretende hacer vivir a los creyentes.
Pero a partir de estas exhortaciones, cuyo primer fin es pastoral, san Pablo deja entrever una profunda doctrina en todo orden, en donde alimenta a sus hijos con alimento sólido, les va penetrando cada vez más en los misterios divinos más altos: la vida íntima del Dios Uno y Trino, que se comunica a los hombres y los salva en la Palabra Encarnada.
A Partir de esto se puede acceder a un conocimiento antropológico en san Pablo, y podemos hacerlo por una doble vía:
- Cristo es Dios hecho hombre y revela al mismo hombre lo que es el hombre mismo, pues Cristo es verdadero hombre, y su humanidad es una humanidad salvadora, la humanidad de una Persona Divina, que merece ser conocida. Cuando Dios se comunica con el hombre por medio de la Palabra de Vida, que es Cristo, no sólo se revela a sí mismo, sino que, por ser la humanidad de Cristo el instrumento de esa revelación, nos revela también lo que es y debe ser el hombre, en el plan de Dios.
- Cristo es el Salvador de los hombres. Pero a partir de esta afirmación surgen varias preguntas, las que, en su respuesta, llevan implícitos varios tratados teológicos profundos: Si Cristo es Salvador del hombre, surgen las preguntas ¿Por qué es necesaria una salvación? (Naturaleza humana y pecado original) ¿De qué nos salva Cristo? (Condición de la humanidad caída), ¿Cómo nos salva Cristo? (La justificación y la gracia) ¿Cómo es el hombre una vez salvado? (Condición del hombre redimido y escatología); Las respuestas ofrecidas por Pablo a los creyentes a los que busca educar en Cristo, pueden darnos ciertas luces sobre qué es lo que es el hombre y sus diversos estados en el transcurso de la historia salvífica.
Es así como se accede, indirectamente, al estudio antropológico en las epístolas paulinas. Las luces que entrega el apóstol en sus cartas a las diversas comunidades a las que escribe o a alguno de sus discípulos, son una fuente preciosa para estudiar su visión acerca del hombre. A este estudio nos adentraremos en las páginas siguientes.


II. La Naturaleza Humana y sus Estados.

a. Estados de la Naturaleza Humana.
San Pablo al hablar sobre la naturaleza humana, no lo hace, como dijimos en la introducción, desde la perspectiva de un estudio sistemático. De ahí que, cuando se refiera a ella y analice sus alcances, lo haga en perspectiva principalmente histórica, refiriéndose a su condición propia en cada situación particular en la historia salutis.
Existen dos acontecimientos que son gravitantes en el estado de la naturaleza humana, ambos relacionados con lo obrado por dos hombres llamados a ser cabeza del género humano. El primero, al principio de la creación, con Adán, padre común de todos los hombres, dotado por Dios de singulares gracias y dones, pero que no supo ser fiel a esas dádivas divinas, y por su desobediencia hizo entrar el pecado en la naturaleza humana, condenando a sus descendientes a nacer en esa naturaleza caída, una raza que se alejó de la amistad con Dios por el pecado. El segundo suceso es la Salvación del hombre obrada por Dios, con Cristo (segundo Adán), que, Dios hecho hombre, es la Cabeza de la nueva humanidad nacida a partir de su obra redentora; Él, por su obediencia, mereció la salvación de los hombres de su anterior vida de pecado, por pura gracia, y les deparó una dignidad y herencia mayores a las que pudo tener el primer Adán, aún antes del pecado.
Así, a partir de los dos adanes, podemos situar la naturaleza humana en tres estados diversos: el primero de justicia original, es el hombre dotado por Dios de gracias y dones que van más allá de su propia naturaleza (estado de la humanidad antes del pecado original); el segundo estado es el de la humanidad caída, es el hombre heredero de Adán, cuya naturaleza se ve en cierta forma sometida al pecado (estado de la humanidad después del pecado original y antes de la Redención en Cristo); el tercero es el de la naturaleza redimida, que es el estado de los humanos salvados por Cristo, hechos hijos de Dios por gracia, partícipes de la vida divina, herederos del cielo y templos del Espíritu que habita en nosotros (estado de la humanidad después de la Redención en Cristo). Este último estado a su vez se puede subdividir en dos etapas: la primera, nuestra vida en este mundo, como peregrinos, antes de la plenitud escatológica, en donde ya se participa de los bienes futuros; y, la segunda, la etapa sin fin de la plenitud escatológica, que el alma del cristiano recibe después de morir y todo su ser (cuerpo y alma) después de la parusía. Aunque san Pablo hace hermosas reflexiones sobre lo que ocurrirá en la plenitud de nuestra Salvación en el Cielo, nos recuerda que ya poseemos en arras al Espíritu (las primicias del Espíritu, Rm 8,23), lo que nos hace ver que las realidades celestes están ya en cierta forma presentes, y lo que constituye una fuente de alegría espiritual constante para el cristiano aún en medio de las mayores tribulaciones de este mundo.
San Pablo hace girar toda su teoría de la salvación en torno a los dos adanes y las dos humanidades surgidas a partir de ellos. Por lo mismo, para entender al hombre según san Pablo, hay que acudir a su pensamiento de ambos estados históricos y sus principales características y diferencias.
En los siguientes puntos nos centraremos en estudiar a ambos estados de la naturaleza humana (el caído por el pecado y el redimido), para luego de ello (en el capítulo siguiente) poder entrar en consideraciones más metafísicas sobre la esencia del hombre, a las que, en san Pablo, sólo se puede llegar después de analizar cada uno de los estados históricos, pues es a la realidad concreta, la vivida por los discípulos, a la que san Pablo quiere llegar para presentar el misterio de Cristo; san Pablo no busca convertir a la humanidad, entendida como un abstracto anónimo e indefinido, si no que busca a cada hombre, en concreto, con sus propias experiencias de vida, su interioridad, sus reflexiones espirituales, sus luchas contra el pecado, sus pobrezas y abundancias, sus penas y alegrías, en fin todo el hombre, para llenar todo eso de Cristo, en quien se encuentra la vida plena, o, como el mismo Cristo lo había dicho, vida en abundancia.

b. Naturaleza caída.
Con Adán y Eva se abre la historia de la humanidad, una historia que estaba llamada a ser comunión amistosa de los hombres y Dios. Dios mismo entrega al hombre una serie de dones gratuitos que van más allá de su puro ser natural, pero el hombre renunció a esta amistad, y por ello también a esos dones añadidos, por desobedecer al plan de su Creador y pretender autodeterminarse en contra de este mismo plan.
¿Cómo hubiera sido la humanidad original sin esos dones añadidos?, ¿Qué hubiera sido de la humanidad sin la triste experiencia del pecado? San Pablo no hace elucubraciones teóricas ni fantásticas inútiles sobre una posible humanidad que no existió ni lo podrá hacer, él sólo se hace cargo de la realidad vivida y ve en ella la belleza del plan divino, la mano providente de Dios, que va guiando cada acontecimiento al mayor bien del hombre. Dios al crear al hombre, permite su caída, no porque le falte la capacidad para evitarla, sino porque quiere demostrar su mayor poder: el amor de misericordia, que no sólo se derrama a quien es justo, sino también al pecador, en un don que excede todo don (Cfr Rm 5, 6-8). Por eso el hombre, por propia culpa, se vio inmerso en esta realidad del pecado, que daña su naturaleza, introduciendo una herida, que le hace vivir una vida en donde la realidad del pecado será una lucha diaria. “Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rm 5,12) El pecado, y con él su salario que es la muerte (Rm 6,23), pasa a ser una realidad universal en esta humanidad nacida de Adán.
¿Cómo es este hombre heredero de Adán? El hombre sufre, por el pecado, esta herida en la naturaleza, que le provoca una tendencia al mal, sus pasiones se desordenan y a veces se revelan en contra de la misma voluntad, aún cuando ésta pueda querer hacer el bien. El pecado es la triste experiencia del hombre, que parece condenarlo sin remedio. Pero Dios no abandonó al hombre, sino que lo fue llevando poco a poco hasta su plan de salvación.
Dios se revela al hombre, como el Dios Único, y revela su ley moral natural, a los judíos en primer lugar, por la Revelación sobrenatural, que es anunció, cada vez más explícito, de la Salvación mesiánica; y a los gentiles también, por la revelación natural, Dios que nos habla en la creación, en la que el hombre puede alcanzarlo por su inteligencia.
Entonces aquí se aprecia un doble bien: la capacidad del hombre de ser sanado, no por sus propias fuerzas sino por la fuerza de Dios; pero posibilidad real al fin, de lo que se desprende que la humanidad caída es una naturaleza enferma por el pecado, pero no muerta. ¿Cómo sabemos que el hombre no puede sanarse por sus propias fuerzas? San Pablo responde que la triste experiencia del pecado lo comprueba, “judíos y griegos (mundo gentil) están bajo el pecado, como dice la Escritura: No hay quien sea justo ni uno sólo” (Rm 3,10); pues los judíos por no cumplir la Ley que les fue dada y los gentiles por no cumplir la ley natural y no descubrir al Dios invisible que se manifiesta en lo visible de la creación (Cfr Rm 1,20) están bajo la cólera de Dios.
Pero esta triste experiencia es parte del plan de Dios, pues ha permitido la dureza del corazón del hombre para manifestarle así al hombre su condición de dependiente del don divino. En efecto, el hombre caído no estaba muerto, sólo enfermo, pues podía conocer la ley divina (ya sea en la creación, por su inteligencia, o en la Ley, por la revelación), pero por su misma enfermedad no tenía la fuerza para cumplirla. ¿A qué viene conocer una ley que no se puede cumplir? Dios da la ley a un hombre que no puede cumplirla para que, al ver su impotencia, implore al Autor Divino de esa ley la gracia necesaria para cumplirla. Este hombre capaz de algún bien, no es capaz de un bien total, ordenado y completo, sino que flaquea en su intento, pero aún en él pervive ese deseo de algo superior, pues es a eso a lo que está llamado. Tal es el hombre heredero de Adán, enfermo por el pecado, condenado a la muerte (salario del pecado, cfr Rm 6,23), pero al que Dios, lejos de abandonarlo, llama a la Salvación.
Por eso en san Pablo no tiene cabida ni la posición protestante, en donde el hombre heredero de Adán está completamente corrompido por el pecado, incapaz de salvación intrínseca; ni la de Pelagio, en donde el hombre adámico es un ser totalmente capaz del bien, aún cuando éste pueda ser difícil de lograr. San Pablo nos sitúa con la verdad católica en el medio de estas dos herejías y defiende su argumentación no sólo con la Escritura, sino que con la experiencia cotidiana de cada hombre y de la humanidad en general.
Este hombre enfermo que no puede salvarse por sí mismo, sí puede ser salvado por Dios, entrando así en una nueva etapa de la humanidad.

c. Naturaleza redimida.
“Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor” (Ef 5,8). La regeneración del bautismo ha producido en el cristiano una nueva condición que tiene en sí un doble efecto: Sana la naturaleza de la enfermedad del pecado y eleva al alma a la unión con Dios. En ambos efectos se llega a una condición superior a la de los primeros padres, y esta superioridad es mayor aún por cuanto llegará a su plenitud en el cielo.
Veamos el primero de estos efectos: sana la naturaleza enferma. San Pablo no habla de una curación de la naturaleza enferma, pues la nueva vida en Cristo no sólo es curar sino que es reemplazar lo enfermo por lo nuevo, es una regeneración, es nacer de nuevo, dejar la vida de pecado por vida de justicia, por eso el nombre propio de esta regeneración es el de justificación, es hombre es hecho justo ante Dios.
Lutero planteó la herejía de la justificación extrínseca, haciéndola ver sólo como un decreto divino que no producía un cambio ontológico en el ser humano. Tal concepción no tiene cabida en la teología de san Pablo. Los protestantes se valen de expresiones que aparecen en San Pablo sobre que Dios cubre nuestros pecados y nos reviste de justicia, pero estas expresiones hay que entenderlas en el sentido que quiere darles san Pablo. Para el apóstol de las gentes, como para el resto de los apóstoles, la justificación obrada en el Bautismo es un nuevo nacimiento, regeneración, el hombre es una nueva criatura, siendo el revestimiento de Cristo una participación más plena y perfecta en su vida divina, por la participación de él en nuestra humanidad. San Pablo va más allá, la regeneración del bautismo no sólo es un nuevo nacer, es también una nueva creación, pues la creación entera se ve favorecida de ella y renovada por la Redención universal de Cristo (Cfr Rm 8, 20-22). Es significativo que san Pablo cuando describe la nueva situación de los creyentes use una palabra que nos hace remontarnos al génesis; cuando dice “en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor” (Ef 5,8), hace pensar en el relato de la Creación en el libro del Génesis (1,3) que habla de que en esas tinieblas iniciales del no-ser Dios dijo hágase la luz (y la luz se hizo)
El hombre redimido lo ha sido en su mismo ser. Pero esta renovación se da en dos etapas, la primera es en este mundo y la segunda es la plenitud de esta vida en el cielo. La vida del cristiano en este mundo todavía siente en parte los efectos de la caída original, una ley oculta que convierte la vida del cristiano en lucha, pero una lucha en la que Dios da las armas del triunfo y el triunfo final; el cristiano redimido no ha sido sacado del mundo por lo que debe combatir aún contra el mal, que incluso puede venir desde su misma carne, la clave de este combate es la mortificación (cfr Col 3,5 “mortificad vuestros miembros,” del griego mortificar, hacer morir), pues el cristiano, por la Cruz del Señor, está crucificado para el mundo y el mundo crucificado para él, muertos al mundo “si vivimos para el Señor vivimos (Rm 14,8)
Ahí viene el segundo efecto de la regeneración en Cristo: elevar el alma a la unión con Dios. Esto puede aparecer como consecuencia del primer efecto, pero es la finalidad de este. El fin de la Encarnación y la justificación es la unión de los hombres y Dios, por el amor (cfr Ef 1,4).
San Pablo sabe que el cristiano es incorporado a las relaciones intradivinas de las personas de la Trinidad, debido a su especial configuración con Cristo, pues la Iglesia es “el cuerpo suyo, la plenitud (pleroma) del que recibe ella su complemento (pleromenu) total y universal” (Ef 1,23). La deificación, de la que hablaron los Santos Padres, es para san Pablo una participación del cristiano en la vida divina, pero no sólo participación de la naturaleza divina (divinæ consortes naturæ, 2Ped 1,4), si no de la vida divina (cfr Gal 6,20), y esta vida es la unión del amor de las Tres Divinas Personas. Por eso las relaciones del cristiano con Dios ya no son las de una simple criatura, son de amistad, y la amistad es personal: esto es el camino de solución a un problema teológico el de la inhabitación trinitaria.
Sabemos, y es verdad de fe, que todas las obras ad extra de Dios son comunes a las Tres Divinas Personas, esto porque el principio operativo (la naturaleza divina) es común a los Tres; pero ¿Qué pasa con la inhabitación trinitaria? Los textos de la unión del cristiano con alguna de las divinas personas son demasiado claros para suponer que se refieren a apropiaciones de algo que es propio de una unión de naturaleza, el cristiano no tiene relaciones de amistad con la naturaleza divina, sino con cada persona divina, ¿cómo puede ser esto? Porque la inhabitación no es una obra ad extra de Dios, sino que puede ser llamada ad intra ¿cómo? Porque las relaciones de Dios con el cristiano son por el amor y el amor es siempre una comunicación personal, no de naturaleza, sino de la persona en cuanto tal, por eso se puede dar esa comunicación personal con Dios sin romper el dogma sobre las obras ad extra, pues el amor de Dios es lo propio de Dios (Dios es amor, las relaciones del Padre y el Hijo y el Espíritu Santo constituyen un solo Dios por la unión amorosa), y el cristiano es sumergido en esa comunión de amor. Tal es la deificación en san Pablo, no tanto una participación en la naturaleza, sino una participación en la vida intradivina de la comunión personal trinitaria del amor. Por eso cada Persona Divina se halla “inhabitando” en el cristiano al modo propio de su ser intradivino; esto también explica las misiones divinas (el Padre envía al Hijo; el Padre y el Hijo envían al Espíritu), que tampoco rompen la Trinidad, sino que la comunican a la criatura racional (única ontológicamente capaz de la comunión de amor) por pura gracia.
Por eso, aún cuando la plenitud de lo que seremos sólo se verá en el Cielo, para san Pablo ya existe una vida escatológica, pues la Redención no sólo habla de bienes futuros, sino de la vida de unión del cristiano, sanado del pecado (justificado por gracia), llamado a la comunión de amor con las Personas divinas (cfr 2Cor 13,13). Tal es la suerte del hombre redimido, salvado por el amor divino de la naturaleza caída, pero elevado a dimensiones más altas que las de Adán (cfr Rm 5,17).



III. La Naturaleza Humana de Jesucristo.

a. La Humanidad de Cristo
Otro punto esencial para entender la visión que tiene san Pablo sobre el hombre es captar lo que afirma sobre Jesucristo, quien si bien es el “gran Dios” (Tt 2,13), es también uno de nosotros, “nacido de mujer” (Gal 4,4). San Pablo afirma con toda claridad la divinidad de Cristo, pero a la vez confiesa su humanidad verdadera, dos naturalezas completas y una sola persona, como enseñaría el Concilio de Calcedonia en el siglo V.
Todo parece indicar que san Pablo no conoció a Jesús durante la vida mortal de éste. Puede, sin embargo haber oído hablar de Jesús y de sus milagros, pero no parece haber tenido nunca un encuentro personal con él o con alguno de los doce apóstoles. Antes de la experiencia de Damasco, Jesús es alguien ajeno a Pablo, un enemigo de las tradiciones de Israel, a quien debe combatir por amor a Dios y a su religión. Dios es el principal motor de Pablo, por amor a él persigue encarnizadamente a los que él equivocadamente considera enemigos del Dios de Israel, y luego, por amor al Dios vivo y verdadero, predicará el Evangelio a los gentiles y dará su vida como testimonio en Roma.
Pero esta fe religiosa no es algo abstracto en san Pablo, es una convicción personal y totalmente asumida. Aún cuando dijimos que no conoció a Cristo antes de su conversión, hay que decir que esta misma conversión tiene que ver con una experiencia personal de encuentro con Cristo. San Pablo no predica una idea, por convincente que parezca, él predica a una persona, predica a Cristo y a éste crucificado; con verdad afirma que él ha visto a Jesús (1Cor 9,1; 15,8), fue a Cristo a quien encontró en el camino (Gal 1,12) y fue a Cristo a quien Pablo perseguía (Hch 9, 1-18). No fue una experiencia religiosa puramente subjetiva, como una visión o un éxtasis psicológico, si no que se encontró con Cristo Resucitado. La experiencia debió tal vez ser traumática, pero el perdón divino dispensado por el Señor a Pablo, por pura gracia, dejó en su alma una huella que es más impresionante que la manifestación camino a Damasco.
San Pablo “conoce” a Jesús, y por eso el Evangelio no es para él sólo una buena y convincente doctrina, si no que es vida. Pablo es amigo de Cristo, Cristo llena su vida, Cristo es la vida de Pablo (cfr Gal 2,20), y si Pablo es hijo de Dios lo es por participar de la vida del Hijo Eterno del Padre (Gal 4,5)
San Pablo hace muchas alusiones a la vida divina de Cristo, su preexistencia eterna, pero su mayor hincapié es siempre en la humanidad del Salvador, la cual pasa por dos estados: la vida mortal y la vida gloriosa. Estas dos existencias humanas de Cristo marcan la Redención universal.
La primera es la humillación de Dios, quien teniendo la grandeza de ser tal, no tuvo a mal hacerse uno de nosotros. Cristo es verdadero hombre, que asumió en todo la humanidad (menos en el pecado), sin ostentar su categoría divina, incluso sometiéndose a la obediencia y a la muerte. Esta es la existencia de Cristo que teniendo la forma de Dios (morfé theú) asumió la forma de esclavo (morfé dulú) por nosotros (Ef 2, 5-7)
La segunda existencia humana es el premio a la primera. Su obra redentora realizada en esa humanidad muerta en muerte de Cruz (Ef 5,8), ha hecho que Dios lo levante, en cuanto hombre, sobre todas las cosas, con el Nombre sobre todo nombre, constituyéndolo Señor (Kyrios) ante el cual se debe doblar toda rodilla en el cielo y en la tierra (Ef 5, 9-11).
Es importante decir que la humanidad de Cristo es siempre total y verdadera, aún en su estado de glorificación, Cristo sentado a la diestra de Dios Padre y constituido Kyrios, sigue siendo plenamente humano. Por eso san Pablo ve en la humanidad del Salvador un modelo para imitar (Cfr. Ef 5,5; etc.)

b. La humanidad en Cristo.
Cristo, al asumir la naturaleza humana, se convierte en cabeza de la humanidad. Así, como Adán lo era por ser el primero de la especie, Cristo lo es porque su humanidad es la humanidad de Dios y porque él es el primero en esta nueva existencia humana según Dios y el primero en el orden escatológico, “es el primero en todo” (Col 1,18), por lo que se convierte en el nuevo Adán (Cfr Rm 5,14).
Esto le da a Cristo un lugar preponderante en el nuevo orden universal instaurado por Él mismo. El nuevo orden es un reino, del cual Cristo, Hijo muy querido del Padre, es el Rey (cfr Col 1,13). Este Reino no es solamente el Reino de lo Cielos del que se habla en los sinópticos, ni siquiera cuando se habla de éste ya presente en la tierra, sino que es un nuevo orden universal, en el que, por la Redención y la gracia del mundo sobrenatural, se ve beneficiado incluso el orden natural; Cristo es “primogénito de toda la creación,” (Col 1,15) el primer nacido de este nuevo orden en donde lo divino llena el mundo y lo ordena a lo sobrenatural, un adelanto, casi sacramental, de “los cielos nuevos y la tierra nueva” (Ap 21,1). Esta restauración universal alcanza a toda la creación, y, por tanto, de forma especial al hombre, quien es la principal criatura del mundo visible. Por esto la humanidad de Cristo produce una renovación de la humanidad en Cristo y por Cristo.
“Lo viejo pasó: mirad se ha hecho nuevo” (2Cor 5,17); en este nuevo orden el Padre ha querido poner a Cristo por Cabeza de todo (cfr Ef 1,10), pero en el caso del hombre Cristo no sólo es Cabeza (tema tan querido para san Pablo) sino que también es el constituyente vital. Cristo no sólo es la Cabeza como líder de la humanidad, sino que (según las visiones antiguas del mundo griego sobre la cabeza) es quien comunica la vida al cuerpo, pero san Pablo da un paso más allá y dice que Cristo no sólo comunica la vida, sino que él es la misma vida del creyente, pues el Padre nos vivifica con la vida de Cristo (cfr Ef 2,5); pero no en un orden puramente natural, pues esto se realiza en el nuevo orden universal instaurado en Cristo; si esto es una nueva creación, entonces san Pablo afirma sin problemas que “de él somos hechura, creados en Cristo Jesús” (Ef 2,10) pues “si uno está en Cristo es una nueva creación” (2Cor 5,17).



IV. La Naturaleza Humana y su Constitución Ontológica.

a. Constitución esencial del hombre.
Esta sección del presente trabajo pretende encontrar los rasgos más filosóficos y abstractos sobre la naturaleza humana, en el pensamiento paulino.
San Pablo, aunque sin explicitarlo (y tal vez sin proponérselo), mantiene el esquema aristotélico sobre la naturaleza humana, con el esquema básico hilemórfico, en donde el alma es la forma y el cuerpo la materia. El hombre es la unión substancial de cuerpo y alma, en la que estos dos elementos son diferentes entre sí, a veces incluso parecen opuestos, pero no se contradicen, sino que se complementan en la unidad del ser humano. Primero veremos la constitución dual del hombre (cuerpo – alma) y después veremos como en algunos pasajes esta constitución del hombre parece ser triple, y también en que se diferencia de la visión aristotélica.
San Pablo ve en la constitución cuerpo y alma (a veces expresada, por un fin teológico, como carne y espíritu) un excelente recurso didáctico para contraponer la naturaleza caída y la vida nueva en Cristo, lo mundano y lo espiritual. Es a través de este tipo de aseveraciones en que uno va descubriendo la antropología metafísica de san Pablo, quien ve esta dualidad, que por el pecado original, entra en conflicto en el hombre, haciendo que las potencias inferiores (las de la carne) se subleven a las superiores (las del espíritu); pero el hombre redimido en Cristo está llamado a vivir según el espíritu. Por eso enseña que la Redención alcanza al cuerpo, no sólo al alma: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por obra de su Espíritu, que habita en vosotros” (Rm 8,11) Esta vida según el espíritu hace que el hombre sea hijo de Dios, y si se es hijo también heredero (cfr Rm 8, 14-17).
La unión de cuerpo y alma, como unidad substancial de dos elementos diversos, no sólo le da a san Pablo la posibilidad de hacer una doctrina del espíritu y la carne como tendencias morales opuestas (incluso como modos existenciales diversos), sino que ilustra su doctrina en otros ámbitos. El matrimonio y el celibato, como formas de vida a la cual Dios llama a los cristianos, son realizaciones del plan divino en el cuerpo y el alma del hombre, que se consagran a Dios y a la Iglesia (directa y totalmente en el celibato, e indirecta y mediada por el cónyuge en el matrimonio) en su unidad substancial, pero cada uno desde su propia identidad (cfr 1Cor 7). Otro tema donde se ve la unidad cuerpo y alma y su diversidad natural, es la escatología, pues la gloria final de los cristianos la reciben en sus cuerpos y almas, en todo su ser; el espíritu es glorificado (ya inmediatamente en la escatología intermedia, cfr Flp 1,23) al conocer a Dios y gozarse de él, pero san Pablo no menciona transformación en él; mientras que la carne en la resurrección no sólo volverá a su lugar, sino que será transformada, pues ella, formada según el primer Adán ser transformada según el nuevo Adán, para ser incorruptible (cfr 1Cor 15, 35-49).
Sobre el modo de la unión del alma y el cuerpo, san Pablo no parece dar una explicación precisa ni técnica, pero podemos inferir a partir de sus escritos y de las consideraciones recién expuestas que se inclinaba a pensar en una unión virtual y no física de ambos compuestos esenciales del ser humano. Los judíos pensaban que el alma residía en la sangre de los vivientes (cfr Lv 17,11) por lo que se sigue una unión física del cuerpo y el alma, pero san Pablo parece no aceptar esto más que como una metáfora, que aunque con cierta importancia, no dejaba de ser sólo una metáfora. Pero si pensamos que san Pablo pensaba en una unión virtual, es decir, que el alma se une al cuerpo como la forma a la materia, relacionándose entre sí como el acto y la potencia (respectivamente), lo podemos basar en la idea antes dicha sobre la composición cuerpo–alma en san Pablo, en donde el santo parece sostener una idea cercana a Aristóteles, y que el santo resalta la supremacía del alma (2 Cor 4,16; 5,8) pero subrayando la realidad del cuerpo como parte integrante de la naturaleza (1Cor 6,19; Rm 12,1).
Pero hay textos en que la constitución de la naturaleza humana pareciera ser triple. A los tesalonicenses san Pablo les decía que oraba para que Dios los santifique íntegros, en todo su espíritu, alma y cuerpo, para la venida del Señor (cfr 1Ts 5,23). ¿Esto contradice lo anteriormente dicho? Ciertamente no, pero hay que decir que estos textos revelan que san Pablo tiene una visión que supera a la de Aristóteles, y que, más tarde, será una de las novedades filosóficas de los santos Padres. El hombre es un compuesto de cuerpo y alma, un elemento material y otro espiritual, pero afirmar esta dualidad puede hacer que, por reforzar un aspecto se pierda el otro, y así se dieron en la antigüedad (¡y aún en nuestros días!) muchas filosofías que limitaban al hombre a ser puro espíritu (el cuerpo es algo extrínseco, un envase, pero no el hombre) o puro cuerpo (materialismo, siempre de corte ateo o panteísta); Pero el cristianismo hablaba de la novedad del hombre como uno, en su cuerpo y en su alma, pero uno. La visión paulina integraba un tercer elemento al Psoma (cuerpo) y a la psijé (alma) que era el pneuma (espíritu) pero no entendido únicamente como espíritu, sino como aquel principio unificador del hombre, y lo identificaba con el espíritu, pues constituía al hombre un ser con pneuma imagen del Pneuma divino. El espíritu buscaba significar la unidad del cuerpo y el alma en algo superior, que en san Pablo no encuentra otro término filosófico que lo exprese mejor, y que sólo encontraría respuesta en lenguaje filosófico siglos más tarde, cuando santo Tomás descubra el ser (esse) como la perfección primera de los seres, sustento de toda actualidad y perfección; la constitución humana no sólo era su esencia (cuerpo y alma), hay una aún anterior que es la de esencia y ser, el ser es la que da actualidad ontológica a la esencia (naturaleza), el substrato último. En esto san Pablo supera a Aristóteles, y se soluciona el falso problema de la constitución de la naturaleza humana en san Pablo como dualidad o trinidad.

b. La Perfección natural.
San Pablo nunca habla de una perfección puramente natural, sin la ayuda de la gracia, pues sabe que esto es imposible para el hombre caído, pues los hijos de Adán, a causa de la herida dejada por el pecado original en la voluntad, son “incapaces de toda obra buena” (Tt 1,16) Pero esta misma herida es subsanada por la Redención en Cristo, y el hombre puede aspirar a vivir de un modo plenamente humano, dando un trabajo fecundo (Flp 1,22), pero apoyado en Cristo.
Por eso, cuando veamos ahora la perfección natural según san Pablo, no lo haremos pensando como opuesto a lo sobrenatural (contraposición de obras hechas con o sin la gracia de Dios en el alma), sino que lo haremos como contrapuesto a lo accidental (como perfección esencial, de la naturaleza humana, aunque ya redimida por Cristo, opuesto a alguna perfección accidental, que pudiese estar presente o no, sin influir en la naturaleza). Pero este análisis también incluye un aspecto de entender la perfección natural como opuesta a la sobrenatural, en el sentido que nos limitaremos a la perfección moral (y sabemos que la ley moral es natural y cognoscible por la razón natural) y no a la perfección mística o espiritual, en el camino de perfección de índole puramente sobrenatural y de fe.
El primer aspecto que hay que precisar es si san Pablo reconoce la ley moral como cognoscible por la razón (y por tanto su cumplimiento es exigible a todos los seres humanos, aún aquellos que no tienen fe) o solamente la restringe a la moral revelada por Dios, principalmente en el decálogo (y por ello sólo exigible en su cumplimiento a quienes tienen fe). La respuesta de san Pablo es clara: la ley moral se puede conocer por la fe y por la razón, nadie (con o sin fe) está eximido de su cumplimiento. Para quienes tienen fe Dios ha revelado la ley moral en la Escritura, a fin de encontrar en ellas vida eterna (cfr Jn 5,39), por lo que quienes han recibido la Revelación, por ella son juzgados (cfr Rm 2,12). Paralelamente, quienes no tienen la Revelación (para san Pablo el mundo griego gentil) tampoco tienen excusa, pues “lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras” (Rm 1,20), así que en la creación se ve reflejada la sabiduría de su Autor. Este es un punto muy importante de la teología paulina, pues es la manifestación de la armonía entre lo natural y sobrenatural, la fe y la razón, la filosofía y la religión, todo con un mismo Origen y Autor, en diversos modos, fines y órdenes, pero en plena armonía y nunca en contradicción. Es lo que santo Tomás afirmará más tarde con toda su doctrina, y precisando aún más, señalando que el orden sobrenatural no sólo no se opone al natural, sino que lo supone, es decir, la gracia se infunde en la naturaleza, no anulándola sino elevándola. Por eso san Pablo ve en la creación visible un reflejo de la Revelación, y con ella el mundo gentil (que no tenía las Escrituras) debía encontrar a Dios, darle culto y llevar las relaciones de amor y respeto al prójimo. Ahora bien, esta doctrina de san Pablo está incompleta sino se dice que ni la Ley (para los judíos) ni sus puras fuerzas naturales (para los griegos) bastaron para justificarlos, pues ambos terminaron cayendo en el pecado (Rm 3,23); la ley moral puede ser conocida (por fe o razón), pero este conocimiento no lleva consigo las fuerzas necesarias para cumplirla; ambos (judíos y griegos) se justificarán, ya no por la Ley ni por las puras fuerzas naturales, sino por la gracia de Cristo; no es el hombre el que se salva a sí mismo, sino que es la “justicia de Dios por la fe en Jesucristo… por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada” (Rm 3, 22.24). La fe por tanto no elimina el valor de la Ley (revelación de la ley moral), sino que la consolida (cfr Rm 3,31), pues Dios nos dio a conocer la ley moral por la Revelación, pese a que hubiésemos podido hacerlo por la sola razón, para que al conocer sus preceptos lo hiciéramos en orden, con claridad y sin mezcla de error; La fe no elimina la revelación, la plenifica, Cristo es la plenitud de la revelación, que no vino a abolir la Ley sino a dar cumplimiento (Mt 5,17).
Lo anterior indica el sujeto de la ley (todo hombre), pero hay que detenerse en el objeto de la ley (sus preceptos). Todo aquel que practica la ley es justo, quien no lo hace es injusto; pero lo único que nos justifica es la fe en Cristo por la gracia, porque sin ella no podemos obrar la justicia, es decir, cumplir la ley. ¿Qué cosa en concreto? La respuesta se atisba cuando san Pablo da la lista de aquellos que no cumplen la ley, es decir, son injustos y no heredarán el Reino de Dios: “¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (1Cor 6, 9-11). Esta lista, sin ser exhaustiva, remite necesariamente al Decálogo (Ex 20, 1-17; Dt 5, 6-22), el que, también en su mayoría con fórmulas negativas, da las pautas de conducta necesarias para el cumplimiento de la ley moral natural, según el orden preestablecido por Dios. La moral de san Pablo es la misma que la del Decálogo, pero con dos diferencias: por la gracia de Cristo, ya no sólo se cuenta con el mandato, sino que también Dios da la fuerza para cumplirlo, y, en segundo lugar, han sido renovados en su contenido por la novedad del Evangelio.
Entonces se afirma que la moral paulina contiene el mismo contenido que la moral del Decálogo, pero con la renovación que les dio el mensaje de salvación de Cristo. Veamos esto.
El primer y principal precepto del Decálogo ha sido renovado, pues ya no es sólo amar y adorar a un Dios lejano a quien no se le puede ver el rostro sino sólo la espalda (cfr Ex 33, 18-23), pero Cristo cambia esta realidad, al mostrarnos el rostro de Dios, pues “Él es imagen de Dios invisible” (col 1,15), y Él, en quien “reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2,9), se nos presenta, no llamándonos siervos, sino amigos (cfr Jn 15,15), en una relación cercana, incluso familiar (cfr Ef 2,19), con relaciones de amor íntimas con el Dios Uno y Trino, de quien no sólo conocemos ya el Misterio de su vida íntima trinitaria, sino que además vivimos y participamos en él (cfr 2Cor 13,13).
Esta relación de amistad por Cristo también renueva los otros dos preceptos siguientes del Decálogo, pues ahora al honrar el Nombre divino sabemos que Cristo, nuestro modelo, es quien recibió el Nombre sobre todo nombre (cfr Flp 2, 5-11). También sabemos que el día del Señor ya no es el día del descanso, sino el día de la actividad de Dios: el día en que Cristo resucitó de entre los muertos; el día en Dios envió su Espíritu a la Iglesia, y el día en que esta misma Iglesia, reunida en su Nombre, se reúne a celebrar la comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo (cfr 1Cor 11,26).
El resto del decálogo también se ve renovado por la acción salvadora de Cristo, en quien “todo me es lícito,” pero sabiendo que “no todo me conviene” (cfr 1Cor 6, 12), y con la conciencia que la vida en Cristo es un llamado a una perfección pues nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo y que ya no nos pertenecemos (cfr 1Cor 6,19).
Tal vez podamos establecer citas de san Pablo para cada uno de los preceptos de la Ley, pero es innecesario, si tomamos en cuenta que él mismo los resume en una máxima muy sencilla: “Tened entre vosotros lo mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5), es decir, “Haced todo con amor” (1Cor 16, 14)

c. La Perfección sobrenatural.
El llamado del Maestro: “Si vis perfectus esse…” (Mt 19,21) encuentra su eco en san Pablo, quien invita a los discípulos a “un camino más excelente” (1Cor 12, 31)
El cumplimiento de la ley moral, auxiliado por la gracia, es imperativo para todos; es lo mandado. Pero si el discípulo quiere ir más vivir la vida de Cristo, debe querer aspirar a más, a un nivel óptimo de perfección, que no es obligatorio por la ley, sino imperado por el amor, es lo aconsejado.
¿Cómo se llega a este nivel de perfección? Todos estamos llamados a ser santos y perfectos como Dios (Ef 1,4; 5,1), y no habiendo otra perfección humana posible que la sobrenatural hay que decir que perfección y santidad se identifican. Pero si se pone a Dios como modelo de perfección, entonces hay que recordar que Dios es Amor, por lo que la perfección cristiana consiste en configurar nuestra existencia con la divina, vivir del amor: la perfección de la caridad y el ejercicio de todas las virtudes bajo el imperio de la caridad.
“Dios nos ha elegido en Cristo, antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1,4); este llamado universal a la santidad por el amor, denota dos alcances: uno, es un llamado que alcanza a todos; y, dos, que sólo se consigue por la caridad. Veámoslo punto por punto.
“Dios nos ha elegido en Cristo…” expresa la sobrenaturalidad de la vocación de la perfección, pues la perfección humana sólo se consigue en Cristo y por gracia, de otro modo es imposible. Este llamado es a “santos,” y es un llamado universal, que entra en el plan salvífico de Dios establecido “antes de la fundación del mundo,” y en el que están incluidos judíos y gentiles, pues “nada cuenta ni la circuncisión ni la incircuncisión, sino la creación nueva,” (Gal 6,15) obrada por la Redención de Cristo.
Pero esta santidad no se da en las obras, las cuales, aunque necesarias pueden ser también arma de doble filo que haga que el corazón se engría. La santidad se da “en el amor.” San Pablo dice que el amor es un camino más excelente (1 Cor 12,31), en donde el cristiano encuentra su perfección, más allá de caminos particulares o de algún carisma especial. Todo el capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios es un himno al modo de vivir de los cristianos que viven según el amor.
Ahora bien, este amor el hombre no consigue por su propio esfuerzo, no es amor humano, es caridad sobrenatural, que se obtiene por gracia. Es Dios mismo que por la gracia santificante eleva la naturaleza humana hasta el punto de hacerla partícipe de la naturaleza divina y capaz de actos sobrenaturales meritorios de la vida eterna. ¡No sólo Dios ha puesto en nosotros la capacidad de amar sobrenaturalmente por la gracia, sino que Él mismo ha venido a habitar en nuestros corazones, siendo él mismo una gracia increada! Esta doble acción de Dios en nosotros (elevar el alma haciéndola capaz de amor sobrenatural e inhabitar el alma del justo) que se produce en un único proceso de santificación, san Pablo lo resume maravillosamente diciendo que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5).
Esta perfección en el amor es lo que llamamos vida mística, es decir, la vida de los dones del Espíritu Santo actuando en nosotros. Aún cuando la espiritualidad progresista intenta centrarse en la acción, abandonando (y hasta denostando) la vida mística, se debe reafirmar la vocación mística de todo bautizado. La vida mística no es una vía extraordinaria con señales maravillosas, en las que ni siquiera habrá que fijarse necesariamente (san Pablo mismo a las propias no les da más importancia que las que tienen, 2Cor 12, 1ss); si la vida mística es la perfección de la caridad sobrenatural, todos están llamados a esta vida, pues el precepto que dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente” (Lc 10, 27), es universal. El amor es el camino a la unión mística con quien es el Amor substancial.
La caridad es contemplación amorosa y orante, pero también es búsqueda y lucha cada día. La lucha es contra potencias sobrenaturales y contra nosotros mismos; batallando constantemente, pero sabiendo que Cristo está con nosotros, pues Dios ha derramado su amor por el Espíritu (Rm 5,5). La lucha no nos debe desanimar, antes bien debe llevarnos a la paz y tranquilidad interior, por la esperanza, pues ese luchar por vivir del amor, es ya un vivir de amor.. La perfección, entonces, no está en tener ya la perfección de la caridad, sino en tender hacia ella, pues en esta vida se puede seguir creciendo indefinidamente en el amor.
El amor es la vida de la Iglesia. Nosotros, que somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo, experimentamos y realizamos la vida de Cristo en el amor. Este vivir de amor, se realiza desde cada vocación particular. Todos, cada uno en su lugar, nos podemos santificar en el amor y caminar a la perfección mística, que no es otra cosa que la unión amorosa con el Dios Trino que es amor..
Existe un muy hermoso resumen de esta doctrina de perfección en el amor y la vida de fe en la Iglesia, que es el Cuerpo místico de Cristo; ambas doctrinas claves en la teología de san Pablo. Esta idea, sin la cual no quisiera terminar este apartado sobre la perfección del hombre a la luz de san Pablo, la desarrolló santa Teresita del Niño Jesús, aquella maestra de la infancia espiritual, cuando meditaba sobre sus anhelos de perfección y buscó la respuesta en la Escritura, topándose con los capítulos 12 y 13 de la primera carta de san Pablo a los corintios:

“Como durante la oración mis deseos (de vivir todas las vocaciones) me hacían un verdadero martirio, abrí las cartas de san Pablo a fin de buscar allí alguna respuesta. Di justamente con los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los corintios. En el primero leí que todos no pueden ser apóstoles, profetas, doctores, etc., que la Iglesia se compone de diferentes miembros y que el ojo no podría ser mano al mismo tiempo. La respuesta era clara, pero no daba satisfacción a mis deseos, no me daba la paz… Sin desanimarme continué mi lectura y esta frase me alivió: “Ustedes por su parte, aspiren a los dones más perfectos. Y ahora voy a mostrarles un camino más excelente.” Y el apóstol explica cómo todos los dones más perfectos son nada sin el amor; que la caridad es el camino excelente que conduce con seguridad a Dios.
Por fin había hallado reposo, al considerar el Cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo, o más bien, quería reconocerme en todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tiene un cuerpo compuesto de miembros diversos, no le falta el más necesario, el más noble de todos; comprendí que la Iglesia tiene un corazón y que ese corazón está ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor hace obrar a los miembros de la Iglesia, que si el amor llegara a extinguirse los apóstoles no anunciarían ya el evangelio, los mártires se negarían a derramar su sangre. Comprendí que el amor encierra todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y todos los lugares, en una palabra: que es eterno.
Entonces, en los transportes de mi alegría delirante, exclamé: ¡Oh, Jesús, Amor mío!, ¡Por fin he hallado mi vocación: mi vocación es el amor!
Sí, he encontrado mi lugar en la Iglesia, y ese lugar tú mismo me lo has dado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor, así lo seré todo, así veré realizado mi sueño.”
Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz,
Manuscrito Autobiográfico B
“Historia de un Alma,” Capítulo IX



V. Conclusión: El Hombre según San Pablo.

“El primer hombre, de la tierra, terrestre; el segundo hombre, del cielo. Cual el terrestre, tales también los terrestres; y cual el celeste, tales también los celestes. Y como llevemos la imagen del terrestre, llevaremos también la imagen del celeste” (1Cor 15, 47-49)
San Pablo tiene una visión del hombre que va marcada por el estado en que se halla la humanidad, según la condición en que ha quedado por el pecado o por la gracia. Dos son los estados del ser humano:
El primer hombre es Adán. Este es el primer orden, que rige a todos los nacidos bajo esta ley de pecado (cfr Rm 5,12). Este estado es el de la primera creación, pero no responde a la creación según el plan original de Dios, sino que el hombre en su libertad ha decidido abandonar a Dios y optar por el pecado: Su consecuencia es la muerte (cfr Rm 6,23) introducida al género humano y, por él, a toda la creación. La característica de esta humanidad es que es una raza que se aleja de Dios (cfr Col 1,21) y que no tiene fuerzas para vivir el bien moral; enferma como está, no puede salvarse a sí misma. Clama por un Salvador, pues todos sus hijos están condenados al triste estado del pecado.
El segundo hombre es Cristo. Este el nuevo orden, que rige a todos los renacidos en las fuentes bautismales. Este es el estado de la nueva creación (2Cor 5,17), que responde al plan misericordioso de Dios (cfr Ef 1, 9-10), quien permitió la desobediencia del hombre, para darle bienes abundantes de amor y gracia. No es un estado al que el hombre haya llegado por sí mismo, sino se le ha dado por pura gracia. El Gran Reconciliador de los hombres con Dios, es Jesús, que es verdadero Dios y verdadero hombre, quien, a diferencia de Adán, no ha sido constituido Cabeza de la humanidad por ser el primero solamente, sino que por su naturaleza divina eterna (cfr Flp 2,6), y por que Él mismo se ha ganado ese derecho, en su abajarse y anonadarse (cfr Flp 2,7), hasta la muerte y muerte de cruz (cfr Flp 2,8), y resurgir glorioso del sepulcro, vivo y triunfante por los siglos (cfr 1Cor 15,20). Esta es la humanidad que clamaba salvación y la ha obtenido, de un Gran Dios (Tt 2,13), nacido de Mujer (Gal 4,4), que es Imagen de Dios Invisible y Primogénito de la Nueva Creación (Col 1,15).
Así como para san Pablo, el primer hombre es imagen de los hombres en su estado caído (cfr 1Cor 15,47); de igual modo, Cristo es la imagen de los que el hombre puede llegar a ser, y de lo que, de hecho, está llamado a ser. Cristo es modelo de la nueva humanidad, pero con una ventaja: Él comunica su Espíritu (cfr Rm 5,5) para que los hombres tengan las fuerzas necesarias para alcanzar esta meta. Y todo esto es por gracia y no por las obras.
Pero esta salvación alcanzará al hombre en su naturaleza íntegra: cuerpo y alma, pero aún más, en sus relaciones con Dios y relaciones mutuas y al cosmos en general. Cristo ha asumido toda la humanidad: cuerpo, alma, historia, amistades, entorno, penas, alegrías, problemas, esperanzas, etcétera. Y todo lo asumido es redimido, por lo que todo lo humano cae bajo la Redención de Cristo, que transforma todo con su poder.
Cada cosa será renovada en su situación particular y a su debido tiempo (cfr 1Cor 15, 22-23). Algunas cosas deberán esperar la manifestación gloriosa de Cristo. El cuerpo y el alma del hombre deberán renovarse cada una según su condición propia, primero el alma (cfr Flp 1,23) y luego el cuerpo (cfr 1Cor 15,52), pero ambos recibirán la gloria de Dios, cuando el hombre completo llegue a la plenitud celeste. De esta gloria ya formamos parte, aunque vemos como en un espejo, en la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, quien es la Cabeza y nosotros sus miembros. La Iglesia es presencia de Cristo en la tierra, pero es, además, el adelanto de lo que será el pueblo de Dios en el cielo, pueblo llamado a congregar a todas las naciones, todas las razas y lenguas, bajo Cristo, quien es puesto por el Padre como Cabeza de todo (cfr Ef 1,10).
Por eso san Pablo, al reflexionar sobre el ser humano, no puede hacerlo sin Cristo, pues en Él el hombre encuentra su verdadera existencia, su razón profunda de ser, pues fuimos creados por Él y para Él. Pero esta referencia a la existencia humana en Cristo no sólo parte de una reflexión puramente teórica que hace san Pablo, sino de la observación de las experiencias diarias que le ha tocado vivir como testigo privilegiado de un momento central de la historia, un conocedor de diversas culturas y pueblos, y un hombre de Dios, constituido en pastor de almas, a quienes debió escuchar y atender en sus múltiples necesidades.
El conocimiento de san Pablo sobre el hombre no se desarrolló en una biblioteca, sino que responde a las vivencias propias, en su contacto con otros hombres, en su trato con Cristo (su Dios y Señor, pero ante todo su mejor amigo) y en su oración meditativa de cada día. San Pablo era un hombre de vasta cultura, sin lugar a dudas, pero es ante todo un esclavo de Jesucristo, llamado a ser apóstol y separado para el Evangelio (Rm 1,1), esta es la dimensión que rige sus escritos y la intención primera de sus acciones y exhortaciones. Por eso el ánimo pastoral mueve sus escritos y reflexiones, y sólo desde él podemos sacar la doctrina paulina, que viene impregnada de una rica experiencia natural y sobrenatural.
Tal es la visión de san Pablo sobre el hombre y sobre lo que debe aspirar a ser el hombre: un espíritu renovado, que es capaz de decir que el amor de Dios a sido derramado en su corazón, por el Espíritu Santo que se le ha dado, (cfr Rm 5,5) de tal forma que “ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 6,20).








Nota: el texto original incluye notas al píe y citas del original en griego que no pudieron ser transcritos al blog, por lo que si alguien quiere leer esa versión puede pedirla a lasalvat@gmail.com, asunto: Antropología en San Pablo.