viernes, 11 de diciembre de 2009

Después de la tormenta... seguir navegando

Estimados amigos y lectores:

Hace un par de semanas publiqué en este espacio, una explicación sencilla y breve sobre los motivos que estaban detrás de mi salida del ministerio. Tal explicación estaba dirigida a mis amigos y quienes me conocían pastoralmente, para evitar rumores infundados y establecer los hechos tal cual sucedieron, a fin de informar sobre mi salida y sus motivaciones. En dicho escrito dejé claro que no buscaba que compartieran mis ideas en el fondo, si no que sólo entendieran las motivaciones en mi proceder. También dejé claro que no buscaba crear conflicto si no sólo aclarar puntos frente a rumores que ya habían surgido y que se alejaban de la realidad; es decir, el escrito era un modo de legítima defensa ante algunos ataques injustos y un modo legítimo de comunicación con quienes se interesaban en mi. Incluso el medio de difusión era este blog, totalmente desconocido y de escasas visitas hasta entonces, por lo que no esperaba tener mucha respuesta en general. No había más que eso en la intención original.

Pero debo reconocer que todo fue mucho más allá de lo que yo mismo esperaba. El escrito comenzó a difundirse en la blogósfera católica y en varios sitios católicos; llegó a algunos medios de prensa y hasta se creó un grupo en facebook para apoyarme, grupo que en dos días ya contaba más de 200 miembros y hoy (poco más de una semana después) supera los 600. Esto hizo que muchos se interesaran por mi caso. En estas dos semanas he recibido centenares de saludos, consejos, críticas y apoyos, a través de facebook, email, este blog y por teléfono; en estos días he recibido más muestras de apoyo y críticas que las que creo merecer; he recibido loas como si fuese el campeón del tradicionalismo y críticas como si fuese la reencarnación de Lutero, en circunstancias que no merezco lo primero y espero nunca llegar a lo segundo (¡Dios me libre!); se han contactado conmigo gente de la prensa para contar mi caso (y me he negado ha hacerlo); me han ofrecido gratis asesoramiento legal (incluso tramitar esto en el Vaticano, pagándome el viaje); en fin, la cosa trascendió mucho más allá de mis pobres espectativas. Por esto, se me ha acusado de montar una campaña de desprestigio en contra de mi Obispo, cosa que he tratado de evitar en mis acciones y palabras.

Pues bien, ahora, ya han pasado algunos días, y aunque el correr de los hechos ha sido más rápido de lo que yo hubiese querido, tal vez ya sea tiempo de ir sopesando ideas, repensarse los sucesos y dejar en claro algunos puntos:

- Es cierto, mantengo todas y cada una ideas teológicas sostenidas, es decir, aquellas que hacen referencia a la defensa de la Tradición católica y a la vigencia del Magisterio preconciliar sobre libertad religiosa, reinado social de Jesucristo, relación Iglesia-estado, diálogo interreligioso y ecumenismo, según la enseñanza bimilenaria, expresada en el Magisterio, en los Santos Padres y en los Santos Doctores; así como la negación a aceptar los errores prácticos y teóricos del neomodernismo, que se vienen enseñando y practicando desde el Concilio Vaticano II en adelante. Reafirmo, eso sí, mi sujeción al Romano Pontífice y condenó el Sedevacantismo; así mismo reconozco como legítimo y ecuménico al Concilio Vaticano II, aunque me resisto a darle más peso teológico que aquel que el mismo Concilio quiso darse a sí, presentándose oficialmente como pastoral. De igual forma me someto al Magisterio de los Pontífices postconciliares en todo lo que tuvieran de definitivo y oficial, pero en conciencia no puedo aceptar actos disciplinares (no magisteriales y además falibles de suyo) como el Encuentro de Asís, donde se crea confusión en la fe de la gente sencilla y se pone en tela de juicio la verdad de la Iglesia como único camino de salvación, según la expresión dogmática multisecular extra ecclesia nulla salus, resistida hoy en día por el neomodernismo. Todo esto no me convierte en un soberbio que cree tener él sólo la verdad y no la Iglesia (como algunos me han acusado), pues yo no quiero ser dueño de la verdad si no su servidor, y todo esto que afirmo no es mío si no que es el tesoro de la Tradición de la Iglesia y debe ser defendido por todo católico, así que no quiero defender una verdad mía por sobre la de la Iglesia, si no que quiero defender la verdad de la Iglesia (verdad de Cristo) por sobre criterios teológicos novedosos e infundados.

- Pero a la vez debo mantener con la misma firmeza que no tengo nada personal ni moral contra la Diócesis de San Bernardo ni contra su Obispo; creo que Monseñor González es un hombre de profunda fe y sincera piedad, y si hemos tenido diferencias en el plano teológico, no las hay en el plano personal; ambos creemos en la recta intención del otro, y a la vez ambos pensamos que no puede haber diferencias en la enseñanza de un clerigo y su Obispo y está en este último la autoridad y responsabilidad última de la enseñanza en la iglesia diocesana, por lo que la medida tomada por él sobre mí me parece injusta por haberse fundado en lo que yo creo un error y por perseguir ideas que son verdaderas y eclesiales, pero nunca por falta de la autoridad necesaria o por pura arbitrariedad. Por lo que no quisiera que a tenor de mis palabras, se viese empañada la imagen de Monseñor González, quien ha guíado prudentemente la iglesia diocesana en los últimos seis años y ha demostrado no ser ni déspota ni tirano, si no pastor solícito, aún cuando alguien pueda estar o no de acuerdo con tal o cual medida que él tome (y en particular con mi expulsión) no me parecería justo dudar de su rectitud de intención, como tampoco creo que él dude de la mía.

- Jamás esperé la tremenda respuesta que generó mi escrito anterior, ni busqué todo el revuelo causado. Eso está sobradamente probado en mis actos y palabras, las cuales iban dirigidas única y exclusivamente a defenderme de ataques injustos y a informar con veracidad. Pido perdón por cuanto haya podido haber de incorrecto, imprudente o insolente en cualquier escrito o actitud mía, y pido que se me justifique ante el tenor de los acontecimientos y la fuerza de todo lo ocurrido.

- Aunque nunca esperé tal revuelo, muchos me han señalado, con argumentos sólidos, que todo lo ocurrido es en realidad muy grave e importante y merece que los hechos sean aclarados y se llevé un proceso canónico con tal fin, estableciendo justicia y responsabilidades en el caso. Tal vez tengan razón y todo esto sí merezca esta importancia y sea algo muy grave que deba repararse en justicia, pero hoy me pregunto a mí mismo: ¿y a qué precio?. Todo esto podría generar más confusión y escándalo en el pueblo sencillo y eso ha estado lejos de mi intención siempre; es cierto que se puede haber cometido una injusticia en mi contra, pero prefiero que no pase de eso, porque herir la susceptibilidad de quienes no entenderían lo que conlleva una disputa de este tipo, sería tal vez cometer una injusticia mayor aún, con responsabilidades sobrenaturales que yo no quisiera cargar ni quiero que otros carguen. Por lo mismo declaro que aún teniendo el derecho a una defensa canónica, prefiero renunciar a tal derecho, y yo mismo colaborar en el proceso de reducción al estado laical que el Obispo inició en mi contra, prestando mi firma y facilitando el proceso en cuanto esté en mi mano. Esto dejando en claro los principios doctrinales señalados a los que en conciencia no puedo renunciar, pero atendiendo al bien común de la Iglesia diocesana, de la cual forman parte mi familia, mis amigos y muchas de las personas a las que más quiero, a quienes también podría perjudicar una actitud rebelde por mi parte, aún cuando fuese justificada. Tampoco en esto pido que todos estén de acuerdo conmigo, pero espero que entiendan las motivaciones que me llevan a actuar así, ante estas circunstancias. Los hechos han acaecido con una rápidez inesperada, por lo mismo tal vez en un contexto más reposado hubiese obrado de otra forma o hubiese tomado otros pasos, imposible saberlo, pero la situación vivida es esta y me ha tocado enfrentar todo de esta forma, por lo que pido comprensión y oración ante este momento y pido a Dios y la Virgen que me ayuden en cada paso dado.

- Por lo mismo, comienzo una nueva vida. Las batallas (interminables en este mundo) por la verdad se darán en otros frentes. Comenzaré a ejercer mi profesión como educador y esperaré a que el tiempo sané heridas y me muestre los caminos a seguir. Espero estar en paz con Dios y conmigo mismo. Espero que se me respete el derecho a continuar mi vida en esta tranquilidad, así como mi derecho y deber de mantener firme la doctrina tradicional de siempre.

- Pido perdón a quienes pude haber ofendido o decepcionado. A la vez, aclaro que no guardo rencor alguno y si algo debo perdonar ya lo he hecho con total seguridad.

- No puedo dejar de agradecer a las miles de personas (me sorprendió el número) que se han interesado en mi caso y me han ofrecido su oración y apoyo; pido a Dios que se digne retribuir toda esa generosidad y grandeza de espíritu y que cada muestra de apoyo y cada oración se les retribuya en este mundo y en el otro. Por mi parte nunca agradeceré suficientemente todo el apoyo demostrado y mi alma estará agradecida por siempre. También a quienes me criticaron debo palabras de agradecimiento, pues agradezco su muestra de interés por mi caso y su amor a la Iglesia, único motor de las críticas realizadas, y aún sin compartir todas y cada una de nuestras ideas nos movía el amor a una misma Madre, la santa Iglesia católica.

Cada cosa que he dicho en este escrito lo he afirmado desde el fondo de mi corazón y sin ánimos de armar conflicto, si no de, antes bien, evitarlos. Pido a Dios que guíe mi caminar cristiano en lo personal y pido también que preserve a la Iglesia de los errores neomodernistas y se imponga la verdad, como sé que se impondrá, del mismo modo que ha suscedido cada vez que los vientos de errores golpean la nave de Pedro, la cual permanece navegando firme hasta el fin de los tiempos, como nueva Arca de Salvación. Pido a todos sus plegarias por este pobre servidor y les ofrezco a mi vez mis pobres oraciones por quienes me han demostrado tanto aprecio y amor a la Iglesia en estos días. Me llena de esperanzas ver la fe viva y fiel a la Tradición de muchos que me han tendido una mano en estos momentos difíciles. Dios los bendiga.

Gracias por todo.

En Cristo, Rey del Universo,

Luis Alberto Salvatierra