miércoles, 24 de noviembre de 2010

El pueblo judío y el Estado de Israel frente la historia

Este artículo es, en realidad, un comentario en respuesta a otro artículo de un blog amigo, pero por el contenido de la respuesta nos pareció interesante publicarlo.

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Don Fernando:

Leí con mucho interés su artículo de reflexiones personales sobre los conflictos en Medio Oriente. Ya que me ha invitado a comentar, me daré la libertad de hacerlo. El tema es de variantes múltiples y da para discusiones interminables, por lo que acotaré mi comentario a un solo tema: el papel del pueblo judío en la historia humana y del Estado de Israel en tierra Santa.

El tema de los conflictos en Tierra Santa tiene, como usted bien dice, implicancias que van más allá de lo político, pues hay factores históricos y sobrenaturales que explican el papel histórico del pueblo judío. Pero me gustaría opinar, si se me permite, haciendo algunas precisiones históricas y teológicas. Es cierto que Israel tiene un lugar especial en la historia de la humanidad, por ser el pueblo escogido en la Antigua Alianza. Pero los conflictos de ese pueblo en Tierra Santa no obedecen principalmente a su relación con esa tierra en los eventos del éxodo. A mí me parece que hay dos factores aún más relevantes: uno indirecto, de orden teológico, que es su lugar en la economía salvífica de la Nueva Alianza; y, el segundo, más directo, de orden histórico, que es el Sionismo y la naturaleza del Estado Israelí actual. Me explicaré en ambos casos, primero en sentido teológico y luego histórico.

El factor teológico del pueblo judío.
El pueblo judío fue formado por Dios (porque fue “formado” Dt 32,6; y no sólo, aunque también, “escogido” Sl 135, 4) para ser instrumento de salvación para el mundo (Jn 4,22), haciendo nacer de una Mujer de este pueblo (Is 7,14; Miq 5,2; Gn 3,15; Gal 4,4) al Salvador (Is 11, 1-5) y este Salvador sería Rey de Israel (Jr 23,5), pero no sólo de Israel si no del mundo entero (Is 49,6), pero para ello debía pasar por el sufrimiento (Is 50, 5.7; 53, 1-12). Ese Salvador (que no sólo es un hombre, si no que es Dios mismo encarnado: Is 7,14; Jn 1,1; 1,14; 1,18; Tt 2,13) no fue reconocido (Jn 1,10; 8,19) ni aceptado por Israel (Mt 21, 33-46). Jesús entregado a los romanos es condenado a muerte por instigación de los judíos (Jn 18, 25; 19,16), quienes aceptaron la responsabilidad del hecho (Mt 27, 24-26). En todo caso que quede claro: Cristo murió por los pecados de todos los hombres, así que todos somos responsables de esa muerte; aquí sólo hablo de responsabilidades históricas puntuales y al rol teológico de Israel por su vocación sagrada propia, que le entrega una responsabilidad particular y mayor en a muerte del Salvador, que queda consignada claramente en los evangelios (lo afirma Jesús explícitamente en Jn 19,11 e implícitamente en todo el Evangelio)

Ser la semilla de la salvación y su culpa en la Crucifixión de Cristo le da a Israel un lugar único en la historia de la humanidad, pues siendo el pueblo de Dios fue también el pueblo deicida. Su caída está causada por no reconocer a Jesucristo, lo que los excluye del plan de salvación (1Jn 2, 22-23). Esta caída trajo la salvación del mundo (Mt 21,43), a través de una convocación universal o asamblea universal (eso significa en griego Iglesia católica) por eso la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, instrumento universal de salvación (universal en dos sentidos: primero, por ser destinada a todo el universo; y, segundo, por contener en sí el universo de gracias necesarias para la salvación) y no hay salvación fuera de la Iglesia (Mt 16, 17-19; Jn 3,5; 6,53); pero si la caída de los judíos trajo eso, su rehabilitación (que incluye necesariamente su conversión a Cristo Rm10,4) traerá mayores gracias aún (Rm 11,12), pues Dios no los abandonará, pues el mismo Dios bendito procede de ellos según la carne (Rm 9,5); por esto se dice que la conversión de Israel al catolicismo (de una parte significativa al menos) será señal del fin de los tiempos.

Este destino escatológico de los judíos nos obliga a rezar por su conversión (como lo hace la Misa tradicional en Viernes Santo), costumbre que se ha perdido y difuminado con el diálogo interreligioso post Concilio Vaticano II (si les interesa escribí un artículo sobre el tema del diálogo interreligioso en las últimas décadas - titulado Monologo Interreligioso - en el blog Manete in Veritate: www.maneteinveritate.blogspot.com), pero este destino no aminora la realidad actual (tal vez la causa) y es que muchas veces los judíos son instrumento de persecución para la Iglesia y buscan por incontables medios afectar a la evangelización en el mundo para alejar a la gente de Cristo. Este papel en la historia de la Salvación en la economía de la nueva alianza, ayuda a entender (apoya una reflexión seria, pero no agota la explicación) sobre las vicisitudes de este pueblo y su actitud histórica respecto del catolicismo y de otros enemigos que tienen (por ejemplo los palestinos).

El origen histórico del actual Estado
Para entender la historia reciente del Estado de Israel, hay que atender a su origen histórico. No creo que se deba relacionar tanto al actual Estado judío con el Israel del Éxodo, conducido por Moisés por el desierto; pues la naturaleza y vocación del Israel veterotestamentario es sobrenatural, es decir, procede de Dios y hacia Él debía tender. El actual Estado israelí (Estado más preciso aún que referirse a la nación judía) es de carácter totalmente diverso, surgiendo en 1947, pero teniendo sus raíces en el movimiento sionista del siglo XIX.

Desde su destierro a manos del Imperio Romano y destrucción de Jerusalén (sucesos anunciados por Cristo), los judíos tuvieron el anhelo de volver a su tierra, la que con el correr de los siglos sería ocupada por diversos pueblos, hasta radicarse ahí los palestinos. En el siglo XIX surge el movimiento sionista, que buscaba la constitución de un estado judío (en principio no se determinó el lugar, de hecho se les ofreció un sector de África, luego se fue imponiendo la tesis de hacerlo en Tierra Santa). El movimiento fue financiado por particulares judíos europeos principalmente vinculados al mundo financiero (en Inglaterra y en menor medida en otros lugares, como Alemania, Francia, USA, etcétera), que promovieron la compra de tierra en suelo palestino. Todo esto surge en el contexto de las revoluciones nacionalistas europeas (por ejemplo la unificación italiana) y tras el influjo político de las revoluciones liberales hijas de la Revolución Francesa (como en la Europa de los años 1830 y 1848). El sionismo, por tanto, no era por tanto un movimiento religioso, si no de corte laicizante, como el de los otros procesos políticos europeos decimonónicos (en su mayoría); así, el sionismo estaba fuertemente vinculado al movimiento masónico judío y no se presentó como una reivindicación de corte religioso.

Su vinculación al Éxodo (y su implantación en Jerusalén) no es de corte teológico, si no por exacerbar el nacionalismo del proceso, aunque también para darle un tiente mesiánico pero en el sentido puramente inmanente y humano de ese término, al estilo del mesianismo marxista. Por esto mismo, esta obra (el movimiento sionista, la recuperación de Jerusalén y la constitución del Estado de Israel) es reprobado o al menos visto con recelo por el judaísmo ortodoxo y más religioso, pues el retorno de Israel debería ser movida por Dios y no obra puramente humana, pues el salvador de Israel debe ser Yahveh y no la banca europea ni los esfuerzos políticos sionistas.

Después de terminada la Segunda Guerra Mundial, el mundo se sensibilizó ante el horror sufrido por los judíos a manos nazis (la “Shoa,” el Holocausto, término impropio debido a que tiene una carga teológica de la cual carece el suceso histórico al que se refiere; la palabra técnica propia, y no menos terrible, debiese ser genocidio), reforzado por el lobby judío en el mundo, que incluso llegó a exagerar la cifra de muertos (que en realidad se desconoce) o a hacer parecer que fueron las únicas víctimas de los nazis (los judíos eran particularmente odiados por el régimen nazi, pero también se persiguió con crueldad sangrienta a católicos, polacos, gitanos, eslavos, etcétera); todo esto hizo que se generara un ambiente propicio para la creación del estado judío en tierra santa (ya poseían más de un 4% de la tierra), pero en esa zona habitaba legítimamente el pueblo palestino, lo que hizo a la ONU proponer en 1947 dos estados soberanos (uno hebreo y otro palestino) además de un territorio neutral internacional (en Jerusalén); al retirarse Inglaterra de la zona (que ocupaban desde el siglo pasado), los hebreos constituyeron militarmente la zona y crearon el Estado de Israel en todo el territorio, el cual se consolidó más tarde en sucesivas guerra (1948, 1967, 1979) incluso ocupando nuevos territorios (Franja de Gaza, Transjordania, Altos del Golán). La nación palestina quedó absorbida por un Estado extraño y de naturaleza muy diversa, y por ello han luchado desde entonces por su liberación. Eso ha mantenido a este país en guerra constante (judíos versus palestinos y Estado de Israel versus estados musulmanes vecinos – que apropiado el comentario sobre la isla, – todo por motivos más políticos, culturales y étnicos que religiosos), lo que hace de Israel un Estado muy militarizado, aunque esto se entiende desde su necesidad de supervivencia, pues una guerra perdida podría causar la desaparición de este Estado. A esto hay que agregar los apoyos políticos del Estado israelí en Occidente: Europa (principalmente Inglaterra) y, su mayor aliado, Estados Unidos, países en los cuales la presencia judía tiene importantes intereses políticos y económicos.

Ante esto hay sacar dos conclusiones, una ya dicha, que no se puede vincular al actual Estado de Israel con el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, pues este Estado es de carácter ateo y puramente nacionalista, por tanto no es el pueblo de Israel en sentido religioso (con la carga teológica que esto tiene) si no el pueblo de Israel en sentido étnico y demográfico propiamente tal (lo que, de todas formas, tiene una cierta carga teológica, pero no es conciente en ellos); la segunda conclusión es que así como Occidente y el mundo entero se escandalizó ante los horrores sufridos por los judíos en la Segunda Guerra Mundial, del mismo modo debiera escandalizarse ante la opresión sufrida por el pueblo palestino, pues haber sufrido un genocidio tan horroroso como el que sufrieron los judíos ante los nazis no les justifica en nada la opresión de la que son victimarios ante los palestinos. Y todo esto sin referirme, por falta de tiempo y espacio, a las persecuciones y presiones religiosas del judaísmo masónico internacional para con el catolicismo (principalmente en los medios de comunicación masiva), que ha sido tolerado o torpemente enfrentado por las autoridades del Vaticano en los últimos 50 años.

Estimado don Fernando, estas apreciaciones las hago para aportar más en sus espacios de debate, intentado aportar más datos, que en aunque puedan parecer múltiples e inconexos, en su conjunto permiten dar una idea más clara del tema, para enfrentar de mejor manera la discusión o, tal vez, abrir discusiones futuras. Le pido disculpas por lo que tuviese de confuso esta exposición, pues son imprecisiones calamo currente, al correr de la pluma, es decir, le respondí su email en base a percepciones personales, hechas desde mi formación teológica (sin autoridad más que la de mis pocos estudios y la de creer con fe lo que la Iglesia ha enseñado en dos milenios) y formación histórica (eso es lo mío, soy profesor de historia, pero tampoco soy docto en este tema), pero sin preparar una exposición clara, si no que un poco a la rápida, en cuanto leí su artículo. Las citas bíblicas no son exhaustivas pues son las que se me vinieron a la mente en el momento del escrito, pero aunque se podría fundamentar más mi posición teológica (con más citas, con textos magisteriales o patrísticos), creo que es suficiente para nuestro espacio, pues no buscamos investigación docta, si no debate sano y reflexión amistosa e inteligente entre personas, sin ser ninguno de nosotros experto (al menos yo no).

Lo saludo y me despido, esperando nuevas reflexiones y aportes suyos.

Atentamente,

Luis Alberto Salvatierra.