martes, 27 de septiembre de 2011

El Comienzo del Fin del Superdogma (o: ¡Vieron que SÍ se podía discutir el tema!)

El Concilio Vaticano II fue provocando cambios tremendos en la Iglesia, no sólo en la liturgia y la disciplina, sino también en la doctrina. Estos cambios , innegables, fueron propuestos como magisterio pastoral, pues el Concilio mismo de autodenominó pastoral, por lo que no pretendió definir dogmas si no proponer vías prácticas de ejercicio pastoral, así intentó modificar la doctrina tradicional y la liturgia y vida eclesial de siempre con una cara amable de acercamiento a la gente.  Los resultados son innegables: iglesias vacías y la peor crisis en la historia de la Iglesia. Curiosamente, pese al carácter no dogmático del Concilio (por tanto no vinculante) la mayoría del clero y religiosos se abanderizó con él y lo impuso como Superdogma, innegable, imponible a todos con todo el peso de la autoridad, que derriba a todas las verdades anteriores y que impone unas verdades nuevas; así, lo que sólo iba a ser opinable, terminó siendo verdad absoluta innegable, lo que no es dogma terminó siendo Superdogma y quien lo negaba era sacado a un lado (de hecho ni siquiera es necesario negarlo para ser apartado de la nueva Iglesia, basta con afirmarlo como opinable).

Pero los tiempos van cambiando los tiempos. El Papa Benedicto XVI tras dejar sin efecto las excomuniones a los obispos ordenados por Monseñor Lefebvre (muerto dos años después de ser excomulgado por ordenar un sucesor en una obra apostólica que se oponía a las innovaciones del Concilio y postconcilio), creó una instancia de diálogo teológica con la FSSPX (los lefebvristas) para analizar los puntos de diferencia doctrinal sobre el Concilio y Magisterio posterior. Ese fue el primer gran paso para lo que vendría después. En realidad hay varios pasos anteriores: permitir la celebración de la Misa en el modo tradicional, el mismo levantamiento de las excomuniones y un discurso del Papa en diciembre de 2005 que denunciaba como equivocada la hermenéutica de ruptura respecto del concilio (es decir, que impone una nueva Iglesia y suprime lo antiguo) y proponía una hermenéutica de continuidad (interpretar el Concilio desde lo enseñado en el Magisterio anterior). Sobre la Hermenéutica de Ruptura nos referiremos más adelante, ahora vamos a lo que vino más adelante, es decir, hace pocos días y que constituyó un paso gigantesco.

Al finalizar las las conversaciones doctrinales entre la FSSPX y la Santa Sede (con peritos teólogos de ambas partes) se convocó una reunión entre los superiores de la Fraternidad y altas autoridades del Vaticano a nombre del Papa. Esa reunión fue para proponer a la Fraternidad un acuerdo canónico que regulariza su status canónico, previo la firma de un preámbulo doctrinal (espero a que toda esa historia termine bien, pero será un camino lento y difícil, ya les hablé de la abanderización con el Concilio de buena parte del clero...). Ese Preámbulo no significaría el acatamiento del magisterio conciliar y postconciliar, si no la firma de "algunos principios doctrinales y criterios de interpretación de la doctrina católica, necesarios para garantizar la fidelidad al Magisterio de la Iglesia y el sentir con la Iglesia" y sobre lo otro de declarar que queda abierto "a una discusión legítima, el estudio y la explicación teológica de expresiones o formulaciones particulares presentes en los documentos del Concilio Vaticano II y del Magisterio sucesivo"

Por primera vez se afirma en un documento de la Santa Sede, lo que siempre se supo: que el Concilio es, a lo menos, un tema abierto y que debe ser discutido. A quienes lo afirmamos antes se nos denostó y ahora que se va demostrando lo que siempre debió saberse, esperamos un profundo cambio de actitud en los obispos y sacerdotes y que la doctrina católica tradicional esté donde debe estar: en los seminarios, en las academias, en las facultades, es decir en la enseñanza o, al menos dada la situación de crisis actual, en la discusión, esperando a que cada vez más oídos la escuchen.

La Tradición católica estaba excomulgada mucho antes de la excomunión de Monseñor Lefebvre, lo estaba desde el Concilio (e incluso hubo síntomas antes), pero hoy se va levantando poco a poco esa excomunión, y la Tradición vuelve al podio de discusión (debiera ser más que eso, pero dadas las circunstancias nos conformamos con eso por ahora), pasarán algunos años antes de que las desconfianzas e injurías del mundo modernista (del progresismo y hasta de los conservadores) vayan cesando y pasarán tal vez muchos más años aún antes de ir superando la crisis (si es la voluntad de Dios que así ocurra). Debiera ser triste pensar que la verdad y el error estarán en discusión (pues se pone a la verdad y al error al mismo nivel) pero después de cincuenta años en que los errores fueron Superdogma y la verdad causa de excomunión, ya es bastante bueno por ahora.

La actitud del Papa Benedicto XVI, más allá de sus posturas personales sobre el Vaticano II y los puntos en discusión, es muy meritoria y ejemplar, pues ha ido poniendo las cosas en su lugar y ha dado pasos muy significativos para dar justicia e integrar a quienes han sido injustamente perseguidos en las últimas décadas. Ojalá más obispos continuaran esta senda (lo ocurrido con la Misa Tradicional es una buena señal, pues aunque la respuesta de los obispos fue floja, sí existió y muchos sacerdotes y fieles reacionaron aún más).

El Papa llamó a no seguir la hermenéutica de la Ruptura si no de Continuidad. La interpretación rupturista habla de que la Iglesia partió de nuevo con el Concilio, todo cambió, sólo vale lo nuevo y todo lo anterior está obsoleto. El continuismo está referido a no dejar atrás la Tradición si no que integrarla al nuevo orden, al nuevo magisterio, interpretando al Concilio y al magisterio posterior a la luz del Magisterio anterior. Eso es cierto, pero los rupturistas tienen una parte de razón: hubo cambio, no se puede establecer un continuismo total.

La mayor parte del Concilio es texto vago que no dice mucho (sin errores ni verdades, si no palabras piadosas y bien narradas), por lo que es perfectamente aceptable e interpretable desde la Tradición, pero hay dos cosas donde hay que detenerse: el espíritu de cambio (que termina siendo la inspiración para teologías heterodoxas posteriores y abusos litúrgicos y disciplinares) y algunas afirmaciones que aunque cuantitativamente son pocas (ni el 5% del texto total) son muy significativas por el contenido doctrinal que conllevan y por la clara intención teológica y pastoral que las mueve, siendo de hecho las líneas que fueron las directrices de la praxis pastoral posterior: así Nostra Aetate contiene afirmaciones tales como que con otras religiones adoramos a un mismo dios y eso es lo que, sumado a prácticas como los Encuentros de Asis, termina haciendo pensar a la gente que todas las religiones dan lo mismo, por lo que no hay para que creer en Cristo o estar en la Iglesia católica para salvarse (negación del dogma de la necesidad del bautismo para la salvación o del dogma de que fuera de la Iglesia no hay salvación) Y así se pueden encontrar otras pequeños (pero importantes) ejemplos sobre libertad religiosa, diálogo interreligioso, ecumenismo, liturgia, Primado en la Iglesia, etcétera. Al reconocer ahora que estos temas son, al menos, discutibles, da píe a confrontar el magisterio conciliar con el anterior y hacer que la verdad se vaya imponiendo poco a poco, en lugar de darse por superada como se hacia hasta ahora.



Nota del Editor: Este texto fue editado, para excluir algunas partes que hacían referencia a situaciones personales, para tratar el tema con objetividad.  Es mi intención que en lo suscesivo estas páginas no incluyan situaciones personales ni que pudiesen comprometer a nadie.

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